Blogia
marcosespanolsicart

El-Eyla y el río

Presenté este relato al concurso ’Acercando orillas’, que convoca la Casa de las Culturas de Zaragoza. Saldrá publicado, junto a los de otros participantes, en un libro el próximo mes de octubre.

Los textos tenían que versar sobre experiencias migratorias. Yo recogí las de tres chicas, una saharaui, una rumana y una china, que he tenido la fortuna de encontrarme en el camino.

1. El-Eyla

El-Eyla tiene los ojos oscuros y enormes, como si le estuvieran creciendo más rápido que el resto de su cuerpo. Miran a todas partes, nerviosos y sagaces, y cuando intenta disimular siempre la delatan.

Tiene 9 años y es saharaui. Me dijo que en su tierra, tan seca, a las cabras las alimentan con papel de periódico mojado con agua. Me hizo gracia porque soy periodista, tan curioso como ella.

Era el segundo año que El-Eyla venía a España, pasaba los meses de verano con mi primo y su mujer, que viven en Calafell, gracias a un programa para niños saharauis, que disfrutan de unas vacaciones con familias de nuestro país. Me hicieron una visita para que ella conociera Zaragoza y entonces descubrí que nunca había visto un río.

Quedamos en la plaza del Pilar y bordeamos la basílica. Estaba encantada, no tanto por ver el Ebro, sino porque iba a ser modelo por un día e iba a salir en la prensa. "¡Qué grande!", fue lo primero que dijo al verlo. El fotógrafo la retrató en el puente de Piedra, robándole esa sonrisa inmensa, sin límites, que tiene la niñez.

El-Eyla definió el río como un "camino de agua". Conocía el mar y entendió bien que muriera en él, pero le costó más hacerse con la idea de que el agua venía de la nieve de las montañas y fluía de manera permanente.

En su aldea, el agua está en una gran cisterna metálica, oculta a la vista, donde se calienta progresivamente dadas las altas temperaturas. Un camión la rellena cada semana, y no es extraño que se quede vacía antes de que llegue.

El-Eyla y yo simpatizamos. Creo que les caigo bien a los niños porque les intento tratar como a adultos. Fuimos a comer toda la familia a un restaurante y me dí cuenta de que ella no dejaba de observarme disimuladamente. Entre los platos que degustamos había jamón y, al verlo, hizo un falso gesto de asco y, después, de falsa indiferencia.

De camino a casa, los dos ligeramente retrasados del resto, hablando de nuestras cosas, me preguntó de repente si el jamón estaba bueno. "La verdad es que sí", dije yo, e inmediatamente después me puse a pensar si mi respuesta había sido la correcta.

Al día siguiente, El-Eyla iluminaba una página del periódico con sus enormes ojos y su sonrisa. En el titular se leía: "Ayer vio un río por primera vez". Ella aparecía con el brazo apoyado en el muro del puente, con el Pilar y el Ebro a sus espaldas. Llevaba una cinta verde en el tobillo en la que se leía ’Sáhara libre’, y su melena negra y brillante la azotaba el cierzo.

Ya no la he vuelto a ver. A su edad no podrá venir otro verano más a casa de mi primo y dentro de poco tendrá que ponerse el chador según la tradición musulmana. Espero que, esté donde esté, siempre conserve el recuerdo del río tan nítido como conservo yo el de su sonrisa.

2. Andreea

Andreea también tiene los ojos enormes, pero pardos. Es transilvana, como los vampiros; "así que cuidado", me dijo cuando nos conocimos, golpeándose ligeramente con la uña un colmillo. Lo cierto es que me da más miedo su novio, también rumano, con cara de matón, grande y calvo.

Ella me alegra el café cada mañana antes de entrar al trabajo. Creo que le caigo bien porque no disimulo que me gusta, a la vez que demuestro que sé hasta dónde puedo llegar. Habla mucho de su tierra, montañosa y verde, pero se siente bien en Zaragoza. Para mí que Andreea se sentiría bien en cualquier sitio porque se deja querer.

Una vez yo estaba sentado en el bar junto a otro redactor y el director del periódico. No había nadie más y cuando nos trajo los cafés ella se sentó con toda naturalidad con nosotros. Mientras hablábamos de asuntos de trabajo, Andreea, en silencio, puso azúcar en mi taza, removió, volcó el café en el vaso con hielo y lo colocó sigilosamente delante de mí. Me pareció un gesto adorable de cariño.

Ella también ha iluminado una página del diario. Yo necesitaba ponerle cara a una noticia, no recuerdo sobre qué, y me acerqué al bar porque me encajaba. En la foto aparecía detrás de la barra, junto a la cafetera, mirando al objetivo con sus preciosos ojos pardos.

Este verano se ha ido con su pareja a Rumanía y se han casado. Me invitó a la boda, después de hacerme soportar durante meses conversaciones sobre el vestido, los zapatos y el maquillaje. Me hubiera gustado conocer los abruptos paisajes de los Cárpatos, tan llenos de leyenda.

En la ceremonia, un familiar les ha propuesto meterse en el negocio inmobiliario allá, que parece que funciona, y tal como están las cosas en España piensan aceptar y el próximo año marcharse a su país.

Me alegro por ella, pero me va a fastidiar el café.

3. Jiahui

En realidad su nombre se pronuncia más parecido a ’tjahué’, tuve que ensayar mucho para decirlo bien. Sus ojos son tan rasgados que cuando se ríe no se le ven las pupilas.

La conocí en el pabellón de China en la Expo, cuando preparaba un reportaje. Creo que le gustó de mí que supiera mantener el flirteo mientras estábamos trabajando. Me dio su correo electrónico para que le mandara la foto. Al hacerlo, la invité a tomar algo y aceptó.

La llevé a una terraza a orillas del Ebro. Nos pedimos un mojito y empezamos a hablar de lo que parece obligado: mi Expo, sus Olimpiadas, la presa de las Tres Gargantas. Yo alabé el cine chino y ella la música latinoamericana.

Nació a orillas del Yangtsé, por eso cuando le dije que el Ebro era uno de los mayores ríos de España se echó a reir. Su risa me enamoró. Yo me vengué y me reí de que no supiera nadar y de que los mosquitos estuvieran martirizando su finísima piel. A sus 24 años, me confesó su duda entre quedarse a vivir en España o bien regresar a su trabajo en Pekín.

Quedamos muchas veces y me convertí en su improvisado guía turístico. Descubrí que era más lista que yo y, a la vez, mucho más inocente que una española de su edad. Me atrapaban sus gestos delicados, su precisa manera de contemporizar nuestro acercamiento, su exactitud natural a la hora de progresar en mi deseo.

En una de las visitas que realizaron los príncipes de Asturias a la Expo, se acercaron al pabellón de China y ella tuvo que hacer de intérprete. Me contó para el periódico que Letizia era muy simpática, que le dio la enhorabuena por las Olimpiadas de Pekín y que le preguntó si se iba a quedar en España.

"¿Y qué le contestaste?", dije yo, saltando de lo profesional a lo personal. "Es un secreto entre la princesa y yo", respondió, y luego lanzó una de esas risas a las que yo ya me había vuelto adicto.

Los momentos más mágicos que compartí con ella coincidieron con una excursión que hicimos juntos al Pirineo. Yo llevaba idea de subir a Ordesa, pero llovía y tuve que trazar un nuevo plan. Dejamos los bocadillos en las mochilas y nos fuimos a comer a un buen restaurante en Aínsa.

Bajo el cobijo de las arcadas de su hermosa plaza Mayor, la comida fue larga y deliciosa, acompañada de una botella de buen vino del Somontano. La conversación con ella siempre era profunda, inteligente, de una intensa sinceridad, y ese día lo fue más que nunca. Estaba realmente preciosa.

Luego paseamos sin prisa por las calles empedradas del pueblo medieval, parando en cada esquina, cotilleando en las tiendas de recuerdos. Los vecinos no estaban acostumbrados a ver a muchos orientales por allí, aún menos a una tan guapa acompañada de un occidental y hablando en castellano.

Nos observaban y tengo que reconocer que eso me divertía y me hacía sentir orgulloso.

Recuerdo la vuelta en el coche, ella a mi lado, dormida, angelical. Siempre me decía que yo tenía pinta de cantar bien y le había prometido que un día le cantaría algo. Lo hice entonces, apenas susurrando para no despertarla, aturdido por la dulcísima felicidad del momento.

Debí de querer a Jiahui porque, sin ella pedírmelo, pensé muchas veces en buscarle un buen trabajo en Zaragoza.

4. Epílogo

Me gusta ir contracorriente y quiero que esta historia tenga un final feliz.

Jiahui le contestó a la princesa Letizia que había decidido vivir en España. Yo le encontré un trabajo de intérprete y ahora está junto a mí y mi casa es nuestra casa.

Alguna noche invitamos a cenar a Andreea y su marido, que finalmente se han quedado porque la crisis no ha sido para tanto y se han dado cuenta de que llevan demasiado tiempo fuera de Rumanía como para no sentirse extraños allí.

Él, pese a su pinta, es un trozo de pan. Creo que le caigo bien precisamente porque comprendo como es, más allá de su imagen.

Solemos hablar del bar, del periódico y de mi próximo viaje a China, que me ilusiona después de las maravillas que me ha contado Jiahui.

Muchas veces pienso que si me habla con tanta emoción de su tierra, es que me debe querer mucho al quedarse conmigo.

Después del postre, echo azúcar en el café de Andreea, remuevo, y se lo acerco sigilosamente para que me devuelva una sonrisa.

En el Ebro han puesto barcos, un viejo sueño de la ciudad que por fin se ha cumplido. Probé a subirme a uno de ellos una noche, junto a Jiahui. Dejamos atrás el bar de la orilla donde tuvimos nuestra primera cita, remontando el río.

Cruzamos el puente de Piedra y, allí donde sitúan el pozo de San Lázaro, que según la leyenda se traga todo lo que cae en él, me asomé a las aguas. Por la noche parecen petróleo denso y misterioso.

Las ondas reflejaban las luces plateadas de la ciudad y, por un momento, me parecieron la larga melena de El-Eyla, tan brillante, agitada por el viento. Una melena que se perdía hasta donde alcanzaba la vista y que remonté con mis ojos.

Cuando mi mirada se posó justo debajo de mí, buscando mi reflejo en el río, encontré sin embargo los ojos curiosos de El-Eyla, observándome de nuevo.

"¿En qué piensas?", me dijo Jiahui por detrás, despertándome de mi ensoñación. "En que me alegro de que estés aquí", contesté.

2 comentarios

Marcos -

Bella e inteligente! Y qué bien hablas español, sorprendente. También me gusta el silencio. Escríbeme al mail, Jiahui, quiero saber más de ti. Que me hayas encontrado tiene posibilidades para un relato!

Jiahui -

No importa el tiempo!

Pues veras,no se des de cuando me gusta el color negro y el 0 pero creo que es cosa de mis cambios mentales,es decir lo que pienso ahora y lo que pensaba.Para mi el negro es un color que indica el silencio que para mi es la cosa mas buena que existe y el 0 por mi forma de ser,o todo o nada.

Y lo de mi nombre es simplemente lo que has dicho tu,porque soy de China.

Por casualidad sabes que quiere decir Jiahui en español? Te dire lo que significa en chino:

Jia=Belleza
Hui=Inteligencia