La plenitud y el agua
Una vez escuché a Michael Stipe hablar sobre su canción ’Night swimming’, tal vez mi favorita de R.E.M. Una de esas, tan pocas, que cuanto más pasa el tiempo más me gusta. La letra recuerda una aventura de adolescencia en la que varios amigos se bañan desnudos, una noche de verano. Capta la alegría del momento, esa felicidad espontánea, instintiva, fuera de toda norma, vista ya desde la madurez y, por eso, con un tono irremediablemente nostálgico. Es la misma sensación que me produce ’More than this’, de Brian Ferry, otra que no me canso de escuchar y que cada vez me emociona más, porque, seguramente, entiendo mejor. Todo el mundo guardamos algún momento así. Después de que algunas personas me hayan revelado el suyo, me he encontrado con que se repite con mucha frecuencia la presencia del agua, ya sea el mar, una piscina, un río. De hecho, en mi caso ocurre. Era un día cualquiera, una mañana de verano. Yo estaba con un amigo al borde de la piscina. Tendríamos 13 o 14 años. Recuerdo exactamente el momento. Estaba mojado, con ese bienestar que produce secarse al sol. Boca abajo, ligeramente incorporado, hablando de cualquier cosa. Miraba al agua porque de ella salía la chica que me gustaba, un año mayor que yo. Estaba realmente preciosa. Su imagen de entonces nunca se me ha olvidado. Me miró y entendí que yo también le atraía. Es una escena natural, inofensiva, que ha ocurrido desde que el mundo es mundo y ocurrirá mientras lo sea. No tiene nada de peculiar, pero dentro de mí se había instalado esa felicidad que sólo se puede sentir en un momento preciso de la vida. Cuando todo es posible, cuando nada enturbia la mente. Después vinieron, siguen viniendo, mil momentos emocionantes, infinitamente más originales, grandes triunfos -también grandes derrotas- cuyo relato seguramente divierte más. Pero ese instante en la piscina es especial. Tan sencillo, tan transparente, tan pleno.
2 comentarios
Marcos -
Y será pronto.
Paula -