Rumanos
Éste fue el primer artículo de opinión que publiqué. Apareció en Heraldo de Aragón el 13 de octubre de 2002.
Cioran y Petre, rumanos
Cuando escucho Rumanía se me aparecen miles de imágenes. Entre ellas, sobresalen dos nombres propios: Emile Cioran y Mircea Eliade. El primero me entregó en sus páginas un punto de vista diferente y muy útil sobre algunos conceptos vitales; el segundo me brindó una gran historia, La noche de San Juan. El país tiene otros hijos reseñables, como Gica Hagi, aquel espléndido futbolista que deslumbró en el Mundial de Italia y que, a partir de entonces, fue conocido como el Maradona de los Cárpatos; o Drácula, cuya mítica historia, recreada por Bram Stoker, supo reflejar el mago Ford Coppola en todo su romanticismo. Rumanía me suena a lugar de leyenda, con hermosos nombres de ciudades -Bucuresti, Craiova- y con hermosos nombres de personas -Petre, Ileana-. La pena es que, para otros, este país está empezando a sugerir cosas más desagradables.
Zaragoza ha acogido -¿acogido?- en muy poco tiempo a una numerosa colonia de rumanos, que viven en la miseria y han debido emigrar para buscar un pan que en su tierra no encontraron. Unos serán buenas personas, otros tendrán defectos como los que algunos de aquí también tenemos, igual que los vecinos de arriba y los de abajo. Y me desagrada que en ciertas bocas la palabra rumano empiece a sonar como un insulto.
Un país -cualquiera- resulta hermoso si hermosos son los ojos, y no creo que la niña que tiende la mano y nos desea suerte, con el acento de una lengua lejana y muy cercana al mismo tiempo, y preciosa, represente la identidad de ningún pueblo. Es más justo, pienso, que sean Cioran, Hagi o Drácula los que nos vengan a la memoria, y no Petre, que nos limpia el parabrisas, o Ileana, que finge una enfermedad.
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