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marcosespanolsicart

Fascinado por Gus Van Sant

Tal vez porque me hago viejo, últimamente aprecio más a aquellos directores que son capaces de explicar el mundo a través de sutilezas, sin caer en el efectismo. Nada broncos, que posan su mirada en la vida cotidiana y saben imitarla tal cual es, descubriendo cómo funcionan las mentes de las personas, por qué son como son, incluso las más complejas.

Eso no significa que reniegue de los grandes directores actuales que echan mano de elementos como la violencia exagerada, la estridencia visual o universos estéticos personalísimos, tan alejados de la realidad. Me gustan Danny Boyle, Tim Burton, Kim Ki-duk, los Coen, Jean-Pierre Jeunet, Zhang Yimou, Jim Jarmusch, Michel Gondry.

Es, digamos, una tendencia hacia lo natural, quizás porque no me hace falta que me llamen tanto la atención para despertarme, para que me plantee lo que ellos pretenden que el espectador se plantee. Cada vez me gusta más, por ejemplo, Stephen Frears, que me parecía un aburrimiento hace unos años y ahora se ha convertido en uno de mis realizadores icono.

He apuntado a esta lista a Gus Van Sant, conforme he ido descubriendo sus primeras obras. Como suele pasar, las últimas son las que conocí antes, sencillas y hermosas, ya con un estilo propio muy refinado. Me gustó Elephant, una mirada aparentemente fría pero emotivamente humana a la matanza del instituto Columbine y, muy especialmente, Last Days, que divaga sobre la muerte de Kurt Kobain y revela algo tan difícil de desnudar como el alma sensible y hecha jirones de un genio.

Ahora estoy viendo las viejas, relatos lineales más convencionales, y me parecen asimismo brillantes. En El indomable Will Hunting ya está presente esa fascinación por las mentes privilegiadas que viven, a la vez, tan perdidas y distanciadas del mundo precisamente por su formidable capacidad creativa. Su obsesión es la misma que la de Milos Forman en Amadeus o Man on the Moon, y creo que la soluciona con mayor maestría porque incluye una lección más elaborada sobre lo importante de la vida, sobre las cosas bellas que a veces obviamos, sobre los traumas a los que hay que enfrentarse para poder respirar.

La última que he visto fue, anoche, Descubriendo a Forrester, una deliciosa mirada a lo solos que se encuentran aquellos que son distintos, al miedo que despiertan y cómo les hiere la sociedad. También descubre cuál es su salida, dónde pueden volcar su amor, en qué manos deben ponerse para vencer a aquellos que no son capaces de apreciar su talento. La película discurre relajada, amena y fácil para captar la atención del gran público. Se apoya en la fuerza interpretativa de Sean Connery, inmenso como siempre, y creo que es capaz de hundir en meditaciones profundas a aquellos que tal vez nunca se las plantearon.

Seguiré repasando la extensa lista de títulos del director de Kentucky, que me tiene fascinado sobre todo porque pienso que el ser humano, por muchos nombres y lugares que invente, sólo puede hablar de sí mismo. Las preguntas que se plantea son tan parecidas a las que yo me planteo que me sobrecoge. Y lo mejor de todo es cómo se las responde, cómo su mente ágil consigue cerrar círculos que muy pocos cierran, dejando siempre el regusto de que todo está bien.

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