Árboles monumentales de Aragón
Una de mis primeras colaboraciones en la revista La magia de viajar por Aragón fue una serie de tres reportajes que, bajo el título Árboles monumentales de Aragón, repasaban los ejemplares más antiguos, espectaculares y llamativos de la Comunidad. La tercera y última entrega, aparecida en el número 11 de la publicación, comenzaba así:
Un árbol puede ser un monumento, pero siempre es mucho más. Algunos, igual que algunas piedras, han presenciado durante siglos la historia entretejida por los hombres. Otros, como otras piedras, descansan en la solitud de los parajes olvidados. La diferencia es que raíces y hojas bebieron el agua y respiraron el aire de cada generación, compartieron su vida con cada vida, mientras capiteles y ábsides permanecían mudos e impertérritos.
Hay árboles maduros que son milenarios, como milenarias son muchas poblaciones que los han visto ahí desde que la memoria alcanza. Se convirtieron en huéspedes eternos como las montañas, aunque como ellas no estén ahí para quedarse, sino para irse, como todo se irá o ya se ha ido.
Sin embargo, la montaña era y es sólo un escollo sin piel que acariciar. El árbol fue alimento y aroma regalada. Sombra donde amarse dos cuerpos que se esconden para unirse, que se alejan para darse.
Un árbol compartió las vidas que lo compartieron, en primer lugar porque tenía vida. Y los monumentos corrientes no pueden decir lo mismo, por la sencilla razón de que sólo pueden decir lo que dijeron siempre.
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