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Contradanza

Artículo aparecido en Heraldo de Aragón el 21 de mayo de 2006.

Contradanza, ilusión ancestral

La localidad de Cetina volvió a vibrar en sus fiestas de San Juan Lorenzo con una de las tradiciones culturales más llamativas y antiguas de todo Aragón. La representación fue seguida en la plaza por unas 2.000 personas y todo salió mejor que nunca

Todo salió como se esperaba. El joven diablo, el cetinero Sergio Valderrama, supo mantener el equilibrio de principio a fin. Tras el espectáculo se mostraba pletórico: "He tenido un ataque de nervios nada más terminar, la pena han sido algunos flashes, que nos deslumbraban cuando hacíamos las figuras".

Es difícil contenerse a oprimir el botón de la cámara ante la belleza plástica de la Contradanza. Esto provocó que el viernes, en plena reprsentación, el alcalde de la localidad, Jesús Cabrejas, diera orden de parar a la banda de música y pidiera a los asistentes que se abstuvieran de hacer fotos con flash ante el riesgo de alguna caída. El público abucheo sin remilgos a los que incumplieron la petición a partir de entonces, consiguiendo que los disparos de cámara fueran a menos.

Había mucha gente, tal vez 2.000 personas, lo que evidencia que la expectación ha crecido en los últimos años, después de que se debatiera incluso la pervivencia de una tradición tan especial. Las hondas raíces de la Contradanza se sienten a flor de piel presenciando el espectáculo de los nueve danzantes, sus disfraces blanquinegros que recuerdan esqueletos, poblados de mil detalles enigmáticos, bajo el fulgor de las antorchas alquitranadas.

Todos los participantes son cetineros de origen, aunque alguno viva en Alhama o Zaragoza. Cada año es más difícil encontrar a nueve jóvenes que estén dispuestos. En el pueblo apenas los hay, y los ensayos son largos y duros. Están en buena forma, a juzgar por el desgaste físico que supone el constante movimiento durante más de una hora, a lo que hay que sumar el esfuerzo extra de las figuras que jalonan la representación. Éstas obligan bien a soportar el peso de algunos compañeros, bien a brincar sobre ellos. Y, de inmediato, a seguir danzando, acompañados por una música repetitiva, embriagadora, con ligerísimas variaciones.

Pocas veces consigue verse un público tan absorto, tan conectado a lo que ocurre en el escenario. Ni las revolucionarias tecnologías ni las más brillantes propuestas teatrales han conseguido dar con el secreto de transmitir fuerza semejante: una energía ancestral, sencilla y desbocada, que nos habla del bien y el mal, de la vida y la muerte, de la luz y la sombra. No es necesario saber nada, entender nada; la seducción de la Contradanza va más allá de cualquier interpretación.

 

Arranca la ceremonia

El ceremonial previo es extenso. Se parte de la Primera Vara, desde el domicilio del que porta un estandarte que termina con una estatuilla de San Juan Lorenzo. Una vez reunidos, los contradanzantes se encaminan a la casa del cura, don Carmelo, y a la del alcalde. Les acompaña la banda de música, ‘Los Encinas', cuyos integrantes proceden de Encinacorba, Cariñena, Aguarón y Aniñón. Hay, además, un navarro y un riojano. Una vez realizadas las visitas, se prenden las teas y se parte hacia la plaza de la Villa, donde, bajo el castillo, se ha habilitado el escenario.

Entonces, se hace el silencio. Todo Cetina, desconectada la luz eléctrica, está pendiente de los nueve elegidos. Es, posiblemente, el acontecimiento más importante del año. El más observado es el diablo, con una vestimenta totalmente distinta a las demás. A ello se une que quien la luce tiene 16 años y hoy es su estreno. Hay tensión en su mirada.

Todo sale bien, afortunadamente. Las figuras se van completando con los vítores del público. Se suben unos a otros, las manos agarran tobillos, unos pies son sujetados por una barbilla y un hombro como quien sujeta un teléfono. Conforme avanza el espectáculo, la respiración acelerada de los contradanzantes se va haciendo visible incluso desde lejos.

Alrededor de los protagonistas se mueve constantemente, nervioso como la primera vez, Luis Pelegrín, que desde hace 45 años es el responsable de enseñar las ‘mudanzas' a quienes tendrán el orgullo de interpretarlas el día de San Juan Lorenzo. Si no hubiera sido por su amor a esta tradición, seguramente la Contradanza hoy no existiría. El diablo, como tiene que ser, muere en la escena del barbero. Como tiene que ser, le lloran y resucita, altivo y esplendoroso. La gente aplaude emocionada.

Después, todo son felicitaciones. "Ha habido algún pequeño error, pero todo ha salido bien", comenta Benito Martín, el contradanzante más experimentado. Sergio, el joven diablo, anuncia: "En las próximas fiestas, repito". Luis Pelegrín le abraza, satisfecho, y replica: "Tú tienes que hacerlo todos los años".

La ceremonia todavía no ha acabado. Queda regresar a casa del párroco, que invita a los contradanzantes a una copa y pastas. Previamente, vuelven a realizar una de las ‘mudanzas' a las puertas de la vivienda, esta vez sin las máscaras. Participa, además, Jorge Berdún, un zaragozano con corazón cetinero que en 2005 vio cumplido su sueño de participar en el espectáculo. Don Carmelo les invita a que pasen: "Entrad, que tenéis que probar este vino de celebrar". En el interior charlan sobre los detalles de la representación.

Por último, visitan la casa del alcalde y realizan una última figura antes de que la noche festiva les engulla. En 2007, el 19 de mayo caerá en sábado, apunta María del Carmen Rubio, concejal de Cultura. El anuncio hace prever un éxito, al menos, como el de la Contradanza de esta edición.

 

"Cuando muera, que venga la comparsa y me lleve"

Luis Pelegrín ha vivido con pasión la Contradanza durante toda su vida. De joven, formó parte de la comparsa en muchas ediciones de las fiestas de San Juan Lorenzo. Cuando regresó de realizar el servicio militar, se encontró con que las 31 ‘mudanzas' que el había conocido se habían reducido a 22. "Las habían quitado porque gustaban menos y, así, los participantes en el espectáculo no se cansaban tanto", explica.

Después de 30 años representándose la versión reducida, Pelegrín decidió recuperar las figuras de antaño, prácticamente olvidadas. "Yo me acuerdo perfectamente desde la primera vez que participé", indica.

Hoy tiene 70 años y sigue siendo el encargado de instruir a los contradanzantes. "Los ensayos son muy duros, los chicos salen empapados, como si se hubiesen caído al río", declara este cetinero, que este año tenía una espina clavada porque su hijo José Luis iba a participar por primera vez en el espectáculo y se lesionó pocos días antes de la puesta de largo. "Tiene 41 años, pero aún puede llegar a realizarlo, yo he sido contradanzante con más edad".

Luis Pelegrín ha viajado desde Cetina para enseñar la Contradanza en muchos lugares: "En Zaragoza hemos estado varias veces, también en Teruel o Madrid, hasta en el extranjero. Una vez en Castellón no nos querían quitar la luz eléctrica y casi no la representamos".

Pese a la admiración que ha despertado el baile tradicional allá por donde ha ido, cada vez es más difícil encontrar a nueve jóvenes que estén dispuestos a realizar el sacrificio de entrenarse para el espectáculo.

"Yo primero fui labrador y después trabajé en una fábrica de colchones, y por la Contradanza he pasado muchas noches prácticamente sin dormir, ensayando", señala. Ahora, añade, "no hay muchos jóvenes en el pueblo y, como en ocasiones tienen que venir a ensayar desde Zarragoza, cuesta mucho convencerles, ya que lo que les preocupa es el jornal y aprender obliga a quedarse hasta la madrugada".

Pese a que algunos años no fue posible realizar la representación, parece que últimamente se ha recuperado de la crisis. Mientras tanto, Luis Pelegrín asegura que seguirá luchando para que no se pierda esta tradición que le cautivó de joven y a la que ha dedicado gran parte de su vida. "Cuando muera, que vengan los contradanzantes y me lleven", dice, ilusionado y nervioso como un niño, unas horas antes de revivir, un año más, su querida Contradanza en la plaza de la Villa de Cetina.

 

 

 

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