El sendero del arte: de Daara J a Zhang Yimou
El sendero del arte es inescrutable, salvo por unos pocos.
Tiene infinidad de ramales que sólo llevan al vacío. Una cosa es segura: todos, tanto los buenos como los malos, parten de África. Tenía ganas de hablar de Daara J (en wolof la pronunciación daa-raa jee significa 'La escuela de la vida'), un grupo de rap senegalés que descubrí en Pirineos Sur. Ya he dicho por aquí que, como casi todos los géneros musicales, el rap es de África, aunque también lo sea de Estados Unidos (nació en el Bronx de Nueva York de mano de afroamericanos). Resulta curioso que vuelva a la tierra madre ahora que se ha extendido por todo el mundo. Curioso y sorprendente. Daara J son muy buenos.
Empezaron rimando sobre cassetes de rap Old School estadounidense llegados a Senegal vete tú a saber cómo. Se ayudan de Bob Marley y músicas tribales, hablan de la esperanza, del éxodo, de una tierra que se muere. Rapean en francés (una lengua muy apta para el género, ya lo ha demostrado a lo largo de la historia con la poesía) y wolof.
Es alucinante cómo sabe África ser esencial por pura inercia.
El rap, todo el rap, parte con una desventaja que no debe decirse muy alto: no es un arte florido. La música occidental, desde la clásica y, por derivación, a la popular de hoy en día, está fuertemente basada en la melodía. Y la melodía es la floritura, el truco, la flauta del encantador de Hamelín. El ritmo, la base, es el pulso del salmo, el latido, la vida.
El rap prescinde de la melodía o la deja en segundo plano, de ahí su lento desarrollo. No sabe de modas. Es, de esta forma, cercano a lo esencial. Por otra parte, recupera el amor por la palabra, la que es capaz de decir cosas ahora que nadie dice nada.
Lo difícil es despojarse de los recursos que sabemos que funcionan. Por eso en un mundo cinematográfico repleto de escenas de cama y ñoñez rollo Titanic resulta prodigioso que el chino Zhang Yimou sea capaz de rodar una historia de amor inolvidable sin que aparezca ni siquiera un beso. Oriente sabe ser pudoroso con las emociones hasta límites que los occidentales rara vez comprendemos.
En 'El camino a casa' ('Wo de fu qin mu qin') el director descarta cualquier elemento que no sea propio de lo que está pasando, y lo hace siendo arrollador en el resultado. No le quiero quitar mérito, que lo tiene y mucho, pero Yimou hace trampa: juega con dos cartas que nunca fallan. En primer lugar, la música, fantástica, y ya se sabe que con ella es posible emocionar fácilmente sin que el receptor se dé cuenta del por qué. En segundo lugar, el paisaje, tal vez la fuente de emoción primera junto con el amor.
Menudo rollo acabo de soltar. Si alguien ha llegado hasta aquí, le debo un regalo.
4 comentarios
Marcos -
Alberto -
Marcos -
yo -