Infusiones
Nunca me habían gustado, hasta ahora. Supongo que era por el rotundo sabor a hierbas, estamos demasiado acostumbrados a sofisticadas preparaciones que enmascaran en exceso la esencia de lo que comemos. Tomaba café, como todo el mundo, y que no me hablaran de manzanillas y poleos ni cuando estaba enfermo. Mi universo simbólico se ha enriquecido en los últimos años con los alimentos, con sus enormes posibilidades metafóricas. Ya se dieron cuenta otros muchos antes. Me siento identificado con las plantas aromáticas, que apenas necesitan agua para crecer, que no nutren pero son adoradas desde hace milenios en las culturas que tienen la suerte de conocerlas. Es curioso que nazcan en terrenos yermos, donde la comida ha escaseado tradicionalmente y había que ingeniárselas para condimentarla para que saciara más. Me gustan el romero, el tomillo, la lavanda, el orégano. Tienen propiedades antisépticas, no alimentan pero perfuman. Hacen la vida más dulce, más sabrosa, mejor. Con las infusiones me pasa parecido, a lo que se suma su capacidad de modificar el estado de ánimo sin efectos adversos. Ahora que estoy en paz, limpio por dentro, en equilibrio, soy una pizarra en blanco en la que voy probando sus diferentes propiedades. La combinación de hojas de tilo (tila) y naranjo tiene un sabor agradable con media cucharadita de azúcar, lo primero que provoca es sudoración, e inmediatamente después un reconfortante relax mental. Los músculos se destensan, la respiración se regula, el ritmo cardiaco se ralentiza. Si quiero estar más activo, mi favorito es el té verde. La única diferencia con el tradicional es que la planta se recolecta antes, cuando aún está cargada de clorofila. Si el té negro o rojo provocan un efecto similar al café, el verde no da ese desagradable nerviosismo que algunas personas más sensibles notamos. Estás lúcido, pero no tenso. Al prepararlo, no hay que dejar que el agua llegue a hervir porque coge un sabor amargo. Me gusta sin azúcar, para no mancillar su delicada suavidad. Mientras lo tomo me siento invadido de ese espíritu oriental en el que tanto me fijo y tanto me gusta por su sabia búsqueda de la armonía. No me extraña que un acto tan profundo se haya convertido en ritual. Te abre los sentidos, te reconcilia con el mundo.
0 comentarios