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Camino de Ejea para ver a Ojos de Brujo

Camino de Ejea para ver a Ojos de Brujo. Hace tanto ya. Recién estrenaba el coche que ahora conduce mi hermana. Los que venían de frente me echaban las largas porque yo llevaba los faros demasiado altos, así que para regularlos paramos en el arcén. Era verano. Conmigo, mi chica, la fan número uno, feliz y risueña. Uno de esos pocos amigos que siempre están, sin los cuales nuestra vida no sería la misma. Su hermano, más joven, también hermano mío, en una de sus primeras aventuras. Una amiga que se ha perdido en el tiempo. Íbamos escuchando el 'Vengue' por la carretera, entre broma y broma. Cantábamos las canciones.

Llegamos, Ejea estaba inundada de aire de fiesta. Había guirnaldas y gente a punto de perder el conocimiento. Otros berreaban con vasos en la mano. Otros bailaban danzas ridículas sugeridas por el alcohol y las drogas. El escenario estaba al fondo de un paseo. Recuerdo que Ojos de Brujo sonaron más alegres de lo que había imaginado. Directos, limpios, potentes, cálidos. Marina cantó desatada, tanto que en un bebop interminable se mareó y le flaquearon las piernas. La agarraron. Pararon unos minutos y siguió el concierto. No había ni mil personas de público y pensé que tanta entrega transpiraba dignidad. Allí, en ese pueblo perdido y borracho, donde no parecía que pudieran ganar ni perder nada. Ninguno de nosotros.

Los que fuimos a Ejea esa noche, en el coche que ahora conduce mi hermana, no sabíamos que este recuerdo quedaría para siempre como algo hermoso.

 

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