Irlanda
Foto de Javier Vela. El corazón de Irlanda es negro. No lo digo yo, sino un anuncio de la cerveza Guinness. Negro como sus nubes negras, como los ladrillos negros de las fábricas que vomitan humo. Venas negras, arterias teñidas por el miedo, la tensión y la ira. Negras paredes de Kilmainham salpicadas de sangre negra por la avidez insaciable de los ingleses. Corazón negro de Irlanda que supura la tinta del melancólico Yeats, su más elevado poeta, y que grita en la garganta de las banshees, ánimas que anuncian muerte y se desgañitaron en la Gran Hambruna. Pero Irlanda también es verde. Y dorada. Verde como sus prados que se precipitan a acantilados sobrecogedores. Verde como las cúpulas de Dublín y Belfast. Irlanda es dorada como el arpa que decora las pintas de cerveza Guinness, como su deliciosa tradición musical, como sus leyendas de duendes y portentosos guerreros, corazones nobles de oro que jamás conocieron el desaliento. Irlanda es verde como los bosques que la cubren, manto perenne e invencible. Bosques radiantes que dicen a los irlandeses, robustos como árboles, que aún queda, que siempre queda esperanza.
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