Voces de mujer
Tengo obsesión por las voces de mujer. Me atrapan, me invitan demasiado a interesarme por quién está detrás de ellas. O, mejor dicho, delante. Algunas me conquistan para siempre. Mis predilectas lo son por motivos distintos. Björk por su desnudez sincera, infantil tanto cuando grita como cuando susurra. Sarah Vaughan por ese poso que deja de ir sobrada en cada nota y su increible abanico entre las más graves y las más agudas. Billie Holiday por su honda melancolía, tan dolorosa que casi parece que su garganta es una autómata, que se ha marchitado y es el dolor el que habla por sí mismo. Lauryn Hill por su potencia, su rabia de leona indomable que, sorprendentemente, también puede convertirse en dulzura. Mary J Blige, Dulce Pontes, María Creuza, Emily Jane White. La mujer de mis sueños tiene la voz de Eva Cassidy en Time after Time. No se puede cantar mejor un tema tan hermoso. Esa extraña capacidad suya de que el sonido se quede detrás de la cortina de su respiración es adorable. Tiene el mágico poder de reconfortarte, de hacerte sentir en casa. En esa misma línea, incluso más acusada pero con un punto jazzie, está Norah Jones. Más que cantar, respira de la manera más sexy que he oido jamás. Me encanta que se arriesgue con versiones porque se convierten en una emocionante aventura que siempre acaba bien. Demuestra que no vale sólo con tener buena voz. ¿Le vendrá de su padre Ravi Shankar esa profunda sensibilidad para acertar en cada nota? Tantas y tan dispares. Hoy estoy contento porque tengo la oportunidad de conocer una nueva. Voy al concierto de la mongola Urna Chagar-Tugchi en el monasterio de Veruela. A ver.
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