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Textos periodísticos

Árboles monumentales de Aragón

Una de mis primeras colaboraciones en la revista La magia de viajar por Aragón fue una serie de tres reportajes que, bajo el título Árboles monumentales de Aragón, repasaban los ejemplares más antiguos, espectaculares y llamativos de la Comunidad. La tercera y última entrega, aparecida en el número 11 de la publicación, comenzaba así:

 

Un árbol puede ser un monumento, pero siempre es mucho más. Algunos, igual que algunas piedras, han presenciado durante siglos la historia entretejida por los hombres. Otros, como otras piedras, descansan en la solitud de los parajes olvidados. La diferencia es que raíces y hojas bebieron el agua y respiraron el aire de cada generación, compartieron su vida con cada vida, mientras capiteles y ábsides permanecían mudos e impertérritos.

Hay árboles maduros que son milenarios, como milenarias son muchas poblaciones que los han visto ahí desde que la memoria alcanza. Se convirtieron en huéspedes eternos como las montañas, aunque como ellas no estén ahí para quedarse, sino para irse, como todo se irá o ya se ha ido.

Sin embargo, la montaña era y es sólo un escollo sin piel que acariciar. El árbol fue alimento y aroma regalada. Sombra donde amarse dos cuerpos que se esconden para unirse, que se alejan para darse.

Un árbol compartió las vidas que lo compartieron, en primer lugar porque tenía vida. Y los monumentos corrientes no pueden decir lo mismo, por la sencilla razón de que sólo pueden decir lo que dijeron siempre.

Samba y rap, la mezcla perfecta de Marcelo D2

Aparecido en Qué! (edición Zaragoza) el 26/7/2006

El origen del rap y la samba está en el barrio, ya sea en el Bronx de Nueva York o las favelas de Río. Ambos estilos están emparentados, además, con los ritmos que viajaron desde África al Nuevo Continente. Hoy actúa en Pirineos Sur quien tuvo la brillante idea de fusionarlos, Marcelo D2, un poeta urbano que en su Brasil natal ha recibido infinidad de reconocimientos por su trabajo.

Letras de calidad

Marcelo D2 ha sido reconocido tras su último disco, “A procura da batida perfeita” (La búsqueda del ritmo perfecto), como mejor letrista por la Academia Brasileña de las Letras.

También le da al rock con su grupo Planet Hemp

Pese a que sólo ha editado dos discos en solitario, Marcelo D2 tiene una larga trayectoria en Brasil con su grupo Planet Hemp, uno de  los más conocidos del país.

Vendió 100.000 copias de su primer disco

Con su primer disco, “Eu tiro na onda”, ya vendió 100.000 copias en Brasil. Con “A procura da batida perfeita” ha intentado crear “un disco para la posteridad”, dice.

Esa vieja ciudad que sólo existe en la memoria

Aparecido en Qué! (edición Zaragoza) el 6/7/2006

“Jarke fotógrafos”, en el Camón Aznar hasta septiembre, recoge la mirada de dos generaciones sobre Aragón

Mostrar la vieja Zaragoza para que la descubran quienes no la conocieron y la recueden quienes sí”. Así definía ayer la exposición “Jarke fotógrafos” uno de los autores, José Antonio Gracia. Las fotografías de su padre César, también incluidas en la muestra que el Camón Aznar inauguró a finales de junio, se centran en la ciudad de los años 50, muy distinta a la que conocemos hoy.

Recuerdos del medio rural aragonés

Las fotografías de José Antonio Gracia recuerdan el medio rural aragonés de los años 70 y 80. De ellas, el autor destaca “el abandono que presentaban muchas localidades, yo diría que mayor que ahora”. Entonces la despoblación ya estaba dejando su triste huella.

La pasarela sobre el Ebro

Los más jóvenes no conocieron la pasarela que cruzaba el río a la altura del puente de Santiago. “Para mí era como ir a las ferias”, recuerda José Antonio Gracia. Otra estampa que sorprende es la de un estadio de La Romareda totalmente rodeado de campos. “Al menos, en Valdespartera ya hay casas”, indica.

La Aljafería: memorias de la Medina al-Bayda

De este reportaje, aparecido en la revista ARAGÓNRUTAS 31, estoy especialmente orgulloso. Está dedicado a uno de mis edificios favoritos de Zaragoza, el palacio de la Aljafería, de origen islámico. En el texto intenté acumular palabras procedentes del árabe, tal vez por ello los filólogos encuentren en él mayor interés.

Corría el año 94 de la Hégira cuando el valí Musa ibn Nusayr, al mando de su ejército musulmán, conseguía la hazaña de conquistar la ciudad que, a partir de entonces, sería conocida como “La Blanca”: la Medina al-Bayda, Saraqusta, nueva capital de la Marca Superior de al-Andalus. Largo tiempo permanecería la aldea bajo la protección de Alá, el Compasivo, el Misericordioso, ya fuera gobernada desde Damasco, desde Córdoba o por sus propios reyes. Huertas y acequias invadieron los barrios, y los pálidos muros empezaron a lucir ante el auge del verde como nunca antes lo habían hecho. El aire se pobló del aroma del jazmín, de azahares y alhelíes, en cuyo alborozo se proyectaría la construcción de un alcázar para defender la ciudad.

Qasr al-Surur, “Palacio de la Alegría”, fue el nombre de lo que hoy conocemos como la Aljafería (al-Yafariyya) en recuerdo de Ahmad Abu Yafar ibn Sulayman, segundo monarca de la dinastía de los Banu Hud, quien emprendió la construcción del palacio taifal en el siglo XI a partir de las edificaciones defensivas anteriores (s. IX). Comenzaría así la etapa más brillante de la milenaria historia de la alcazaba, convertida en una refinada corte de artistas, científicos e intelectuales, tanto musulmanes como judíos.

Alabastros, zafiros y bedelios

Nadie más apropiado para hablarnos de la Aljafería taifal que Selomó ibn Gabirol, poeta judío de la corte saraqustí de Mundir II:

Vaguemos a la sombra de las parras // dejándonos vencer por el deseo // de contemplar imágenes radiantes // en un palacio erguido sobre sus derredores. // De ricas piedras hecho, // que fue planificado con justeza, // sus muros y cimientos de fuertes torreones. // Se abre una explanada en su contorno; // parterres de narcisos sus patios engalanan; // sus cámaras, que han sido construidas // están pavimentadas de mármol y de pórfido // y no puedo contar los pórticos que tiene. // Sus puertas son cual puertas de ebúrneos pabellones, // bermejas como el sándalo de santos tabernáculos. // Traslúcidas ventanas, que tienen sobre ellas // lucernas, y en las cuales los astros se avecindan. // La bóveda, cual tálamo de Salomón, está // colgada del ornato de las cámaras; // parece que da vueltas girando entre los brillos // de alabastros, zafiros y bedelios.

Las palabras de ibn Gabirol podrían parecer poco verídicas, no en vano es poeta y no perito, pero su texto consigue transmitir como pocos esa magia exótica, ese lujo embrujado y sensual que solemos atribuir a lo islámico. Sin duda así era el palacio, y el tiempo no ha logrado borrar las huellas pese a su empeño. Hoy, en el patio de Santa Isabel, frente a los arcos del pórtico Sur que se entrecruzan en formas lobuladas y mixtilíneas, a la sombra de un naranjo, se percibe todavía la magia de aquel apogeo cuya seducción se halla en la delicada e irresistible belleza que invade cada espacio.

Tiene el arte islámico obsesión por lo hermoso, por la hermosura en sí, por esa razón todo detalle contribuye a magnificarla. Si miramos desde el patio al pótico Norte, los sucesivos espacios diáfanos y oscuros que crean las arquerías, a modo de pantallas visuales, nos sumergen en el misterio y la riqueza de aquella corte que habitó el Palacio de la Alegría entre alhajas, azulejos y conversaciones sobre la cifra o el álgebra.

Resulta lógico pensar que lo que se encuentra detrás de esas sucesivas regiones de luz y sombra constituía un lugar importante en el conjunto taifal. Así era: el pórtico Norte guarda en su fondo, una vez sorteado el bosque de columnas, el salón Dorado o de los Mármoles, en el cual estaba instalado, semioculto, el trono del rey. La sala era entonces todavía más sorprendente, gracias a la viveza cromática con la que estaba decorada. Se imponían los tonos rojizos, dorados y azules, éste último también en la techumbre, en la que además se habían pintado estrellas con la intención de recrear el cosmos.

No muy lejos, un arco solemne decorado con ataurique da paso a la mezquita, pequeño oratorio cuyo uso fue eminentemente privado, dado el carácter íntimo del palacio y que la mezquita mayor de Saraqusta estaba situada en lo que hoy es la Seo. El interior, de planta octogonal, es todo un lujo de detalles decorativos, de virtuosismo preciosista que pese a los desmanes del pasado se ha mantenido hasta hoy. Destaca el arco del mihrab, de proporciones cordobesas, cuya finísima ejecución se extiende al ataurique que invade el resto de la sala. Revisten el prodigio algunos suras del Corán, recordando el carácter sagrado de un oratorio que en nuestros días, aunque excepcionalmente, se ha usado para el fin con el que fue construido, coincidiendo con alguna visita ilustre a la ciudad de creencia musulmana que ha manifestado el deseo de orar en él.

Por último, como elemento unificador, el patio. Siempre el patio. Es allí donde hombre, arte y naturaleza se dan cita, al arrullo del agua que fluye por los canales que atraviesan el suelo, que ruge en la fuente, que como un espejo arroja a sí mismos la silueta de los pórticos, sus encajes imposibles ahora vibrantes en el reflejo de las albercas. El nombre de Santa Isabel se le aplicó al patio posteriormente a la época taifal, en recuerdo a la infanta aragonesa que casó con el rey Dionís de Portugal y cuyo nacimiento pudiera haberse producido en la propia Aljafería.

Tanto monta

Y es que en el palacio hay muchos palacios, dada su larga historia, y entre sus muros se han producido momentos de gloria y fracaso, periodos oscuros y de brillante recuerdo, correspondiendo a su ciudad milenaria e ilustre, que nació al albor de las civilizaciones y sigue ahí, vieja y hermosa, mostrando sus huesos con prestancia admirable. Ahí está la Aljafería, que vería el ocaso del poder taifal ante la pujanza de los llamados aragoneses. Tras siete meses de asedio cayó La Blanca, rendida al tesón de Alfonso el Batallador, y el Palacio de la Alegría quedó vacío, esperando a sus nuevos dueños.

Fueron muchas las reformas que vivió el edificio en periodo cristiano, llamando la atención el legado de Pedro IV el Ceremonioso, aunque hoy sólo queden restos aislados de su esplendor. La sala del Aljibe, justo detrás del salón Dorado, ha conservado los alfarjes desde aquel tiempo y reproduce algunos de los símbolos históricos de Aragón: la cruz de Íñigo Arista, que recuerda sus vínculos con el reino de Navarra; la cruz de San Jorge con las cuatro cabezas de moros, conmemorativa de la mítica batalla de Alcoraz, en la que se tomó Huesca; o las barras que Jaime I el Conquistador concedió a Daroca y se convirtieron más tarde en señal real. Incluye la sala, además, el antiguo aljibe árabe, que todavía hoy recoge agua del Ebro.

Fueron los Reyes Católicos quienes más empeño dedicaron en remozar la antigua alcazaba, y su palacio impresiona por su concepción monumental, en especial en las techumbres, taujeles en las salas de los Pasos Perdidos y un deslumbrante artesonado en el salón del Trono. Los símbolos de los reyes se repiten hasta el éxtasis: el yugo y las flechas; piñas que son símbolo de inmortalidad y fertilidad; y el nudo gordiano, razón de la famosa frase “Tanto monta…”, popularmente distorsionada.

Vivió el palacio tiempos en los que el esplendor se apagó, correspondiendo con su uso como sede del tribunal de la Inquisición o como cuartel militar, cuyos destrozos a un edificio que había detentado la condición de alcázar real fueron numerosos y graves pero, por suerte, no consiguieron borrar su esplendor. Además, gracias a las profundas reformas de acondicionamiento que se llevaron a cabo para adecuar la Aljafería como sede de las Cortes de Aragón, hoy es posible recorrer la historia de Zaragoza y admirar alguno de sus hitos arquitectónicos.

Es la Aljafería, con toda probabilidad, uno de los dos edificios más importantes de una ciudad inmortal, reflejo airoso del largo camino que ha recorrido. Visitar las salas del viejo palacio, los distintos palacios del palacio, pletóricos de vida pese al tiempo, nos sumerge en lo que somos, seremos y fuimos, y nos enseña que la mano devastadora de los siglos no puede borrar las huellas que en ellos estampó el hombre. La Aljafería tiene la puerta abierta y espera a que todos entremos. Está segura de que así será.

Ojalá.

La Expo a la vuelta de la esquina

Rescato un artículo que escribí todavía en Aragón Rutas, coincidiendo con la designación de Zaragoza como sede de la Exposición Internacional de 2008.
ZH2O: la revolución de una ciudad

La Exposición Internacional de 2008 va a suponer que Zaragoza dé un salto cualitativo de 20 años y se confirme como una de las urbes de referencia en Europa. Durante los meses del evento, la ciudad será el escaparate al que miren los ojos de todo el Planeta.

La explosión de júbilo que vivió Zaragoza cuando Jianmin Wu, presidente del BIE, hizo pública su designación como sede de la Exposición Internacional de 2008 es el fiel reflejo de lo que va a suponer el evento no sólo para la ciudad, sino para Aragón en general. Un acontecimiento de esta dimensión marca un punto y aparte, el final de un camino y el inicio de otro. La capital del Ebro se dispone a escribir las primeras líneas de un nuevo capítulo de su extensa biografía. De hecho, entre todos hemos comenzado a escribirlas ya.
Un sueño que se ha hecho realidad
Los zaragozanos somos, casi podría decirse que por naturaleza, orgullosos pero descreídos de las posibilidades de nuestra ciudad. Sabemos que es magnífica, la extrañamos cuando nos vamos fuera, pero pocas veces hemos conseguido transmitir al que no la conoce todo lo bueno que tiene. Por eso no es de extrañar que se sorprendan los que la visitan por primera vez al comprobar que Zaragoza es mucho más grande de lo que pensaban o que el Pilar es sólo uno más de sus notables edificios.
Por estas razones fuimos mayoría los que no nos tomamos muy en serio las primeras voces que hablaron, hace ya algunos años, de la candidatura de la ciudad para organizar la Exposición Internacional de 2008. No obstante, lo acertado del proyecto permitió que poco a poco una puerta a la esperanza fuera tomando cuerpo y cada vez fuéramos más los que empezáramos a soñar con poner a Zaragoza en el lugar que merecía. En ese sentido, ARAGÓNRUTAS abría su número 27, publicado hace ahora un año, con un artículo titulado Zaragoza siglo XXI, en el cual se repasaban los distintos edificios y actuaciones urbanísticas que estaban dotando a la ciudad de una nueva imagen, y se vaticinaba que la organización de la Expo podía significar la confirmación definitiva de que la capital del Ebro se estaba convirtiendo en una urbe de referencia en el sur de Europa.
Hoy, un año más tarde, puede decirse que Zaragoza ha sabido tener fe en si misma por una vez y eso le ha servido para agarrarse decididamente al futuro y vencer. La Exposición Internacional de 2008 servirá para que la capital de Aragón dé un salto cualitativo de 20 años, sea internacionalmente conocida, crezca en infraestructuras de manera sorprendente y se convierta en modelo para otras ciudades. Todo el mundo va a venir y por eso debemos estar preparados. Tenemos la mejor oportunidad y debemos aprovecharla aportando todo nuestro empeño.
El tema elegido para el evento, agua y desarrollo sostenible, ha resultado ser el adecuado para que la candidatura de Zaragoza fuera la elegida frente a Trieste y Tesalónica, dos ciudades maravillosas que dignifican más si cabe el logro obtenido por la capital aragonesa. En torno al meandro de Ranillas se ha proyectado una nueva ciudad que se convertirá en muy poco tiempo en el más importante foro del agua, un elemento fundamental para la vida por el que Zaragoza se ha mostrado siempre especialmente sensibilizada.
Muchos serán los edificios que se levantarán en el recinto, destacando el pabellón-puente que cruzará el Ebro y la Torre del Agua, que está llamada a convertirse en símbolo de la ciudad, algo así como una Torre Eiffel particular que se conservará tras la cita internacional. Además, la inversión (asumida por el Gobierno central, el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento) contempla una drástica mejora en infraestructuras y comunicaciones, donde llama la atención la construcción de una línea de tranvía y otra de metro.
Los beneficios que va a aportar la Expo a todo Aragón son evidentes: puestos de trabajo, millones de visitantes no sólo para la ciudad, mejora de instalaciones de todo tipo… Lo que hace unos años parecía un sueño demasiado hermoso para ser cierto es hoy toda una realidad que debemos aprovechar.
Y tras la Expo… ¿qué?
El camino que ha emprendido Zaragoza no debería terminar el día que la Expo cierre sus puertas, a mediados de septiembre de 2008. El impagable impulso publicitario que habremos obtenido, junto con otros factores como el evidente salto cualitativo en infraestructuras, comprometerán a la ciudad a adecuar sus objetivos a una realidad totalmente nueva.
Por suerte son muchas las exposiciones que se han organizado, una circunstancia que debe servir a Zaragoza para investigar en experiencias pasadas y no caer en errores que ya sufrieron otras sedes. Dos cuestiones delicadas y que suelen acarrear problemas son, por un lado, el balance económico, que en ocasiones arroja pérdidas difícilmente asumibles, y, por otro, el uso que posteriormente se da al extenso espacio y las caras instalaciones que el evento ha monopolizado apenas unos meses.
En relación a los resultados económicos de la Expo, se prevé cerrar la cuenta con un superávit de unos 20 millones de euros, y la utilización de las distintas construcciones tras la cita internacional ya está programada. Así, se pretende crear un nuevo núcleo urbano, algo así como un centro paralelo de la ciudad, dispuesto en torno a Ranillas y que enlazará con la estación intermodal de Delicias y la llamada “Milla digital”. Los pabellones ya han sido diseñados para que posteriormente a la Expo puedan albergar oficinas y equipamientos públicos, y el proyecto contempla la creación de una ciudad del cine, con una filmoteca, salas Imax y un centro de producción audiovisual, correspondiendo así a las inquietudes de una ciudad que siempre se ha manifestado decididamente cinéfila.
A día de hoy, todo esto parece todavía un sueño, pero ya es hora de que Zaragoza deje a un lado su supuesto carácter provinciano y crea de una vez en sus evidentes posibilidades de éxito. Ahora es el tiempo en el que la ciudad debe crecer y colocarse en el vagón de cabeza que siempre ansió. Tenemos la oportunidad y los mimbres para aprovecharla son los adecuados, ya sólo queda felicitarnos y ponernos a trabajar para que por fin Zaragoza sea la ciudad que siempre supimos que merecía ser.

Románico en las Cinco Villas: el arte transparente

Artículo aparecido en ARAGÓNRUTAS 30

En la Edad Media todavía no se busca en el arte la belleza por ella misma (...), la razón de apetecerlo reside en su destino, en el hecho de ponerse al servicio de alguna forma de la vida.
Johan Huizinga. El otoño de la Edad Media

El poder de seducción que caracteriza a la Edad Media se manifiesta en la comarca más extensa de Aragón con especial intensidad, gracias a un notable patrimonio románico en el que destaca su sorprendente profusión iconográfica, herramienta para educar a un pueblo mayoritariamente analfabeto. Hoy en día, la riqueza escultórica de los templos cincovilleses nos invita a bucear por aquel tiempo legendario y descubrir el buen hacer de unos magníficos artesanos, para quienes la belleza era más un medio que un fin.

Hay quien ve en la Edad Media un largo y oscuro túnel entre dos de las etapas más esplendorosas de la historia de Occidente: la civilización romana y el Renacimiento. En una época en la que los destellos de la cultura clásica parecían haberse extinguido para siempre entre las brumas que genera la lejanía, otra cultura más joven, el Islam, había conseguido asentarse con éxito en la península Ibérica y relegar a las comunidades cristianas a los límites septentrionales, donde se originarían los procesos de reconquista.
Para comprender la esencia de ese mundo es necesario tener presente que cualquier concepto, incluso el más universal, está siempre modelado por las circunstancias del tiempo en el que se da: ¿Qué quería decir “muerte” cuando, tras sortear terribles enfermedades durante niñez y juventud, el frío metal podía estar aguardando tu carne en la siguiente esquina? ¿Qué significaba “riqueza” para una comunidad en la que comer tres veces en una jornada habría sido causa de estruendoso júbilo? En estas circunstancias, ¿qué significaba “arte”?
El poder religioso cristiano, con los monasterios como principales centros de actividad, no sólo se ocupaba de las funciones propias de la fe; sino que además había logrado conservar en su seno, manteniéndola viva, aquella cultura clásica que en los demás ámbitos de la sociedad no era sino una sombra del pasado. El estilo arquitectónico en boga procedía de Francia, donde la abadía de Cluny había acometido una reforma que le permitiría controlar, en su esplendor, más de 1.000 monasterios. El importante cenobio galo se hizo cargo asímismo del movimiento peregrino que generaba la ciudad de Santiago, y Aragón, en el camino hacia tierras compostelanas, comenzó a llenarse de templos cuyo arte llamamos Románico por sus vínculos con la civilización capitolina, dominadora en su tiempo del universo conocido.
Los monasterios e iglesias más antiguos, situados en el Alto Aragón, adoptaron la sencillez característica de un estilo arquitectónico que, no obstante, fue evolucionando a la par que el reino se expandía hacia el sur, alcanzando su madurez en el siglo XII. Por aquel tiempo, la zona que hoy constituye la comarca de las Cinco Villas disfrutaba de una bonanza económica motivada por la concesión de una serie de fueros, los cuales impulsaron el comercio y permitieron la construcción de la mayoría de los templos que hoy podemos contemplar.
El Románico cincovillés, en el que se conjugan influencias adquiridas gracias al paso del Camino de Santiago, tiene como característica principal la sorprendente profusión iconográfica en portadas, ventanas, canetes e interior de ábsides, en contraste con la sobriedad de los ejemplos altoaragoneses. Estuvieron a cargo de la decoración escultórica los más prestigiosos artífices de la época, como el maestro de Agüero -también conocido como maestro de San Juan de la Peña- o el Maestro Esteban, cuyas composiciones de interminables detalles sirvieron, pues ese era su fin, para instruir acerca de la historia sagrada a un pueblo en su mayoría analfabeto. Hoy, contemplando las expresiones, atuendos y actividades de las miles de figuras que decoran los templos de las Cinco Villas, uno se encuentra de golpe, frente a frente, con la Edad Media en su expresión más genuína, gracias a las manos sabias -y también ingenuas- de aquellos magníficos artesanos.
La comarca está literalmente plagada de iglesias y ermitas románicas, contando además con excelentes ejemplos de arquitectura militar de la época. Desde el sur, la primera villa que encontramos es Tauste, cuya torre de Santa María se cuenta entre las más hermosas de Aragón. Pero si lo que buscamos es Románico debemos encaminarnos hacia la ermita de San Antón, modesto pero interesante edificio de transición al Mudéjar, en el que está presente el ladrillo y donde, como en tantos otros templos de la zona, podemos encontrar la conocida imagen de la bailarina, firma habitual del taller del maestro de Agüero. Si nuestra voluntad es la de localizar todo vestigio que se halle en la comarca -labor heroica de llevarse a cabo-, debemos tener en cuenta que entre Tauste y Ejea, a la altura del kilómetro 25,700, parte una pista que conduce al pequeño núcleo medieval de Añesa, de cuya vieja iglesia, del siglo XIII y hoy de uso privado, se pueden observar algunos restos.
En Ejea, capital de las Cinco Villas, encontramos uno de los conjuntos medievales más importantes y curiosos de la zona, en el que destacan los templos de Santa María y El Salvador. El primero, consagrado en 1174, presenta la forma característica de las iglesias-fortaleza cistercienses, con robustos contrafuertes que destacan al exterior y contribuyen en su aspecto de solidez. La otra iglesia románica de Ejea, la de El Salvador, es ya del siglo XIII y ejemplo claro de transición al Gótico. Aunque en el siglo XVII se llevaron a cabo abundantes modificaciones que camuflaron su origen en parte, el aspecto del exterior del templo, con sus dos rotundas torres, no ha dejado de ser formidable. Destacan además sus dos portadas, en especial la norte que, pese a la erosión, deja vislumbrar un impresionante trabajo escultórico, comparable a los ejemplos de Sos y Uncastillo.
Podemos continuar el recorrido en dirección a Erla -que guarda una ermita románica- y acercarnos a Luna, municipio que conserva un patrimonio monumental tan envidiable como desconocido para muchos. Es posible que el lugar más célebre de la localidad sea el monasterio de Monlora, dado lo espectacular de su emplazamiento, y es cierto que en origen allí se levantaba una ermita medieval como rezan los carteles, pero si lo que queremos es disfrutar del Románico nuestro destino debe ser el casco urbano de la población. En él se hallan dos excelentes ejemplos, San Gil y Santiago, y para encontrarlos deberemos ascender a la parte alta por las estrechas callejuelas, en las que se dan cita numerosas casas blasonadas, y tal vez guiarnos por las indicaciones de los amables vecinos, quienes quizá decidan incluso acompañarnos hasta la misma puerta.
Del templo dedicado a Santiago, entre edificios, destaca su portada constituida por varias arquivoltas con decoración ajedrezada, enmarcada en un cuerpo saliente. Más llamativa resulta la iglesia de San Gil, apartada unos metros del caserío y restaurada recientemente, cuya sencillez -nave única cubierta con bóveda de cañón y ábside poligonal- habla bien de la mentalidad del medievo. La portada principal, a la que se accede por uno de los laterales, presenta dos figuras con forma humana a modo de fustes, una solución poco frecuente que se repite, no obstante, en Sos del Rey Católico. En las inmediaciones de Luna pueden encontrarse otros restos románicos, por ejemplo en Lacorvilla o Lacasta. Este último, uno de los muchos pueblos aragoneses que se pudren en el abandono, muestra en el porte de su iglesia su importancia de antaño, pese a que hoy llegar hasta él requiera perderse en la maleza con un todoterreno.
No muy lejos de Luna se halla la, por ahora, felizmente habitada localidad del El Frago. Su caserío, en alto y puramente medieval, se distribuye aprovechando las diferencias de nivel alrededor de la iglesia de San Nicolás de Bari, de estructura muy clásica y sorprendente tamaño. Dos hermosas portadas conserva el templo, en las que el recurrente motivo de la bailarina nos indica, de nuevo, al responsable. En las cercanías es posible encontrar además otros restos románicos: San Miguel, Santa Ana y San Miguel de las Cheulas.
El bello municipio de Biel, al norte de El Frago, no ha perdido pese a los siglos su característica estampa militar, gracias a su altiva torre. Se trata de una construcción peculiar, del siglo XI, en la que según algunos autores podrían haber trabajado maestros centroeuropeos, coincidiendo con el reinado de Sancho Ramírez. En el siglo XVI se llevaron a cabo con desatino los grandes ventanales que hoy pueden verse, por lo que su aspecto de pared maciza era en origen todavía más acusado.
Imponente es también la torre de la vecina Luesia y, al igual que la de Biel, fue objeto de desafortunadas reformas. La localidad cuenta en su casco urbano con dos iglesias románicas -ambas muy modificadas-: la parroquial de San Salvador, junto al castillo; y San Esteban, al sur de la población. En los alrededores pueden hallarse además la ermita de Santa Quiteria, las torres de Sibirana y el Corral del Calvo, lugares de origen medieval y a cuyo interés contribuye el espléndido paisaje de la zona.
Muchas son, como se está comprobando, las razones que hacen de las Cinco Villas una comarca ineludible para quienes han sucumbido al poder de fascinación del Románico, pero hay acaso una localidad que por sí sola bastaría -y sobraría- para demostrar ese hecho sin resquicio a la duda; porque recorrer las calles de Uncastillo es lo más cercano que puede existir a recorrer la Edad Media, no sólo por las seis iglesias románicas con las que cuenta la villa, sino sobre todo porque el ambiente que se respira en cada rincón, frente a uno u otro templo o en lo alto de la fortaleza, ha sabido conservar, quién sabe por qué motivo, la magia de aquel tiempo legendario.
El castillo que corona el casco urbano desde el vértice de la peña Ayllón es de origen musulmán y, si bien un torreón y algunos lienzos de muralla corresponden a época románica, los restos más visibles son coetáneos al reinado de Pedro IV y, por tanto, góticos. En la arquitectura religiosa, por su parte, está espléndidamente representado el estilo que nos concierne gracias a Santa María, San Martín, San Juan, San Felices, San Lorenzo y San Miguel -el último desposeído de su portada a principios del siglo XX, vendida al Museo de Bellas Artes de Boston-.
Por suerte la iglesia de Santa María, la más importante de Uncastillo desde su construcción en el siglo XII, sigue luciendo orgullosa el tesoro que la hace irrepetible; porque, si bien es cierto que el edificio es muy notable en todo su conjunto, la apoteosis escultórica que invade la portada meridional, compendio de imágenes a cada cual más sorprendente, es única y eleva al templo a la categoría de obra maestra. La decoración de las arquivoltas es tan indescriptible como inabarcable, dejando boquiabierto a todo aquel que la contempla gracias a los incontables personajes que se dan cita, la calidad de las tallas y los misterios que encierra cada palmo de piedra. A esa fascinación puramente sensorial hay que añadir que, como se ha indicado, el fin de la labor escultórica era instruir al pueblo acerca de las sagradas escrituras, por lo que cada una de las imágenes cumple una función concreta donde no cabe el azar, un detalle que dificulta la composición y hace más meritoria la obra.
Una vez descubiertas el resto de iglesias -y otros muchos encantos- que guarda Uncastillo, podemos dirigirnos hacia los núcleos que ocupan la franja occidental de la comarca. Entre ellos se encuentra Biota, cuya antigüedad atestigua el hecho de que fuera sede de un monasterio benedictino, desaparecido en la época en la que se levantó el templo románico que hoy podemos visitar, de finales del siglo XII. Estilísticamente, la obra se caracteriza por reproducir el modelo arquitectónico que se considera arquetipo de la iglesia románica cincovillesa, lo que propicia que Biota sea un magnífico lugar para descubrir las particularidades exclusivas de la zona. Sus dos portadas, abigarradas de figuras, vuelven a recordarnos la belleza que caracteriza a los templos de esta parte de Aragón.
La localidad más importante del entorno es Sádaba, no en vano es una de las cinco villas que da nombre a la comarca. Curiosamente, los restos románicos más interesantes del municipio se encuentran lejos del casco urbano: por un lado, la hermosa iglesia del desaparecido monasterio de Puylampa, que perteneció a la Orden de los Monjes Hospitalarios; y por otro, el monasterio de la Virgen del Cambrón, hoy en propiedad privada. En la cercana población de Layana, en la orilla izquierda del río Riguel, podemos admirar una majestuosa torre medieval, que domina con solemnidad el enclave, así como la parroquial dedicada a Santo Tomás de Canterbury, del siglo XIII. Más al norte se encuentra Castiliscar, tan vinculado a su fortaleza que está presente hasta en el nombre del municipio -como Uncastillo-. Guarda además una hermosa iglesia románica del siglo XII, dedicada a San Juan Bautista y en cuyo interior -vale la pena destacarlo pese a no ser del estilo que nos incumbe- sirve de altar un maravilloso sarcófago paleocristiano, de mármol y en excelente estado de conservación.
Cuando se visita Sos, después de recorrer la sinuosa carretera que conduce a la localidad, a uno le parece extraño hallarse en la provincia de Zaragoza. Lo erizado del monte, la fecunda piedra, todo diverge del paisaje acostumbrado, pues la comarca se aventura hacia el norte como ninguna otra, ocupando el Prepirineo y mirando de frente a las altas cumbres. Muy cerca de las históricas tierras navarras de Leyre y Sangüesa, Sos del Rey Católico conserva, con la misma intensidad que Uncastillo, un soberbio patrimonio medieval.
El caserío parece literalmente sacado de aquella época, en un ovillo de calles que se entrecruzan en torno a los lugares que presiden la actividad de la villa. Sos tuvo el orgullo de ver nacer a un rey, aquel que hoy descansa en la distante Granada y ha merecido el elogio de la historia, pero Sos no necesita el amparo de Fernando el Católico para reivindicarse, pues sus plazas y palacios, la posición privilegiada de su torre del Homenaje -único resto de la fortaleza- y, sobre todo, el regalo para los sentidos que es la iglesia de San Esteban, hacen del municipio uno de los más hermosos de todo Aragón.
Si Uncastillo suma seis templos románicos, Sos no desmerece con el único que alberga -uno que, en realidad, son dos-. En él trabajó el maestro Esteban, artífice de la imaginería de la catedral de Santiago, y si bien su obra también se desarrolló en las vecinas Leyre y Jaca, es en la cripta de la villa fernandina donde logró alcanzar con su arte las cotas más cercanas a la perfección. La parte más antigua de la iglesia corresponde al paso que discurre por la parte inferior, del siglo XI y en un estilo todavía arcaico. El templo que se halla justo encima, construido una centuria más tarde, constituye un bello ejemplo de Románico jaqués y conserva una portada que se cuenta entre las más interesantes de la comarca, todo un privilegio a tenor de la altísima calidad que suelen tener la mayoría. Por otra parte, cabe nombrar una ermita situada al pie de la población, dedicada a Santa Lucía y en cuya sencillez se encuentra su belleza.
Muchos de los viajes a las Cinco Villas tienen en Sos su meta final y, sin embargo, el camino sigue hacia el norte por lugares en los que el curioso acaso tropiece con felices hallazgos. El Románico pervive en localidades como Añués, Gordués o Navardún, ésta última agraciada con la virtud de la serena hermosura que, como la niebla, se posa delicada en las plazas de piedra, en la pequeña iglesia o en la torre vigía. Isuerre, Lobera de Onsella, Urriés y Undués-Pintano conservan también, en medio de un paisaje que poco a poco se ha vuelto indescriptible, el legado de un tiempo malherido por la historia que se empeña aquí en mostrar sus virtudes.
Si el curioso ha escuchado esa voz que le empuja a caminar aún más lejos tal vez llegue a contemplar, tras esa curva que parece una de tantas hasta que se rebasa, sobre un promontorio, la solitaria nave de tierra firme que se halla varada en Bagüés. Entre maleza, apenas a un suspiro de las cumbres pirenaicas y sus eternas nieves vigilantes, la sencillez descarnada de sus muros refleja sin pudor la esencia de una edad que creímos lejana: un arte sin artistas, una belleza inconsciente y candorosa que aún no ha sido manoseada, un origen y también un eslabón con lo clásico. Podría añadirse que el templo es la muestra más occidental del Románico lombardo en nuestro país, del siglo XI, dedicado a San Julián y Santa Basilisa, cuyas magníficas pinturas están hoy en el Museo Diocesiano de Jaca..., pero de poco sirven esos datos al contemplar la serenidad antigua y solemne de la piedra, que en silencio grita -si queremos oir- que no es parte de un oscuro túnel entre dos estaciones sino estación misma; que hay una luz en la Edad Media que es nuestra luz, aún sin quererla; que hay una luz que es nuestra luz que está tatuada en cada rincón de la vida.

Artículo aparecido en ARAGÓNRUTAS 27

Una ciudad es siempre muchas ciudades, y más cuando cuenta con una historia fructífera y dilatada como Zaragoza. En sus calles y plazas se adivinan todavía los periodos que le han otorgado su carácter: la Caesaraugusta romana, la ciudad blanca que habitaron los musulmanes o la urbe renacentista de hermosos palacios. Hasta hoy, Zaragoza ha mostrado una fisonomía heredada en gran medida del siglo XIX y principios del XX, época de la gran expansión de la ciudad. Pero el nuevo milenio ha traído consigo una serie de proyectos cuya ambición está redefiniendo el aspecto de la urbe, que en muy poco tiempo amenaza con ofrecer su nueva cara: una Zaragoza del siglo XXI.

La llegada del tren de alta velocidad, la instalación de la plataforma logística Pla-Za o la ilusión de que la ciudad sea sede de la Expo 2008 son algunos de los motivos por los que la fisonomía urbana está dando un evidente salto cualitativo hacia la modernidad. Obras como el edificio de la CREA o la impresionante cubierta del teatro romano forman parte ya de la nueva imagen de Zaragoza, que aspira a convertirse en punto de referencia para otras ciudades españolas y europeas.
En un corto periodo de tiempo, Zaragoza ha visto nacer dos importantes obras que han cambiado significativamente el paisaje urbano y han dotado a la ciudad de una nueva identidad metropolitana. La estación Zaragoza-Delicias y el puente del Tercer Cinturón, proyectos audaces y de indudable estética, se han convertido ya en símbolos de la arquitectura que está llamada a renovar profundamente la capital aragonesa.
Zaragoza es, tras Sevilla, la ciudad de nuestro país que más puentes ha inaugurado. El sexto salto sobre el Ebro, primero del nuevo siglo, transmite en su esbeltez y ligereza las nuevas tendencias arquitectónicas, llamando la atención el singular arco metálico del que cuelga el tablero de hormigón que sirve de paso.
El puente se ha convertido en broche de oro del Tercer Cinturón, y su perfil ha renovado la perspectiva de un río que sigue siendo, no obstante, un perpetuo escollo para la comunicación fluida entre ambas márgenes. La estructura, obra de Manterola, está sustentada por dos pilares en cada extremo, y tiene 31 metros de anchura y 304 de longitud, de los que 120 corresponden al vano central y 92 a cada lateral, donde se han instalado aceras para el tránsito de peatones.
Pese a su gran envergadura, el puente aporta una sensación de gran estabilidad, que contrasta con sus perfiles aerodinámicos y su limpieza geométrica. Su curvatura longitudinal, cables de suspensión, nudos, nervios laterales y demás elementos, transmiten una gran belleza plástica, que ha propiciado que el puente adquiera un carácter emblemático, dotando a la ciudad de un nuevo sentido estético y convirtiéndose en referente del nuevo paisaje urbano.
A su vez, la llegada del tren de alta velocidad ha traído consigo la construcción de uno de los edificios más llamativos y espectaculares de las últimas décadas. La estación intermodal Zaragoza-Delicias, proyectada por Carlos Ferrater, José María Valero y Félix Arranz, es una mole de 188.000 metros cuadrados que se levanta airosa en la avenida de Navarra, visible desde todo su entorno, como una gran paloma blanca colgada entre el barrio de la Almozara y el de Delicias.
El espacio interior está cubierto por una estructura metálica formada por nueve arcos, que sustentan una superficie plegada en formas triangulares, generadoras de unos lucernarios que permiten la entrada de luz natural al interior, un espacio totalmente diáfano. Tal ha sido el impacto del edificio que desde su inauguración el pasado octubre no ha dejado de recibir visitantes con la intención de conocer el nuevo símbolo de una Zaragoza que se renueva día a día.
El proyecto incluye, además de la estación de trenes, dos aparcamientos con capacidad para 1.800 vehículos, un centro de negocios, un gimnasio, dos grupos de oficinas, dos hoteles y una estación de autobuses. Como colofón, el museo del Ferrocarril, alojado en la antigua terminal de Delicias, expondrá locomotoras y convoyes antiguos, separados de la moderna estación únicamente por una vidriera.
Por otra parte, la construcción de la nueva estación ha supuesto también una profunda reforma urbanística de la zona, destacando la unión definitiva del barrio de Delicias con el de la Almozara, este último encorsetado hasta hoy entre el río, por un lado, y las vías del tren y la autopista por otro. Al soterramiento de las vías le ha acompañado la conversión de la carretera en una calle convencional, eliminando de esta manera las barreras que impedían una buena comunicación entre los dos barrios.
Centro de Historia y Teatro Romano
Otra zona de Zaragoza que está de enhorabuena es el casco antiguo, objeto de una profunda transformación que pretende dinamizar un entorno que injustamente había caído en el olvido. El Centro de Historia de Zaragoza, instalado en el antiguo convento de San Agustín y una de las actuaciones más importantes del Plan Integral del Casco Histórico, está concebido como un espacio de información, en un marco innovador y que está llamado a ser punto de referencia de la ciudad. El nuevo edificio reinterpreta el espacio ocupado por la iglesia, los claustros y el convento, incorporando a su estructura elementos históricos conservados, como la torre campanario o la fachada barroca de principios del siglo XVIII.
El acceso principal se realiza desde la puerta de la antigua iglesia, en cuya recuperación se ha tenido en cuenta la conservación del mayor número posible de elementos originales, incluyendo motivos decorativos y heráldicos. Además, también se ha incorporado el espacio de la cripta del templo, situado en el primero de los dos sótanos con los que cuenta el edificio. Completan el complejo una planta baja y dos alturas, con una superficie total de 6.586 metros cuadrados útiles, y una zona ajardinada de acceso público que ocupa el espacio de los antiguos claustros.
Pasado y presente se conjugan de manera armoniosa en el edificio, que en sus diferentes salas muestra, desde un punto de vista histórico, aspectos que han marcado el tiempo, el espacio y la vida de la ciudad de Zaragoza. El lugar más emblemático del centro es el mirador, en el que se realiza una visión histórica del desarrollo urbano de Zaragoza a través de maquetas y proyecciones audiovisuales.
Sin contar el equipamiento, el edificio ha supuesto una inversión de más de 8.300.000 euros, cofinanciada por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional. La obra es un elemento más en la evidente rehabilitación que está sufriendo Zaragoza, especialmente su Casco Histórico, que está llamado a convertirse en un espacio en el que convivan la tradición de los edificios históricos y la modernidad de nuevos espacios, dotando a la ciudad de una imagen actual y adecuada a las últimas tendencias urbanísticas.
Ejemplo ideal de los cambios que está viviendo Zaragoza es este Centro de Historia, en cuyo solar se han encontrado testimonios de las culturas ibérica, romana y musulmana, y que ahora se convierte en referente de la nueva arquitectura urbana. Además, su construcción ha supuesto un impulso para el barrio de San Agustín-Tenerías-Magdalena, muy olvidado durante años, y su apertura posibilita la organización de encuentros, congresos y convenciones en un marco adecuado para cualquier tipo de actividad.
Otro espacio representativo de la nueva imagen de Zaragoza es el recuperado teatro romano, sobre el que se ha construido una enorme cubierta de policarbonato traslúcido que permite el paso de la luz sin que los rayos solares dañen los restos arqueológicos. La superficie está colocada a 25 metros del suelo, altura que coincide con la que debían tener las gradas en su tiempo, y el contraste entre lo antiguo y lo actual confiere al teatro un aspecto muy llamativo.
Templos de las artes
Uno de los edificios pioneros en dotar a Zaragoza de una nueva imagen fue sin duda el Auditorio. Construido en 1994, es hoy en día un centro cultural indispensable para la ciudad, así como un estupendo reclamo gracias a la calidad que suele tener su programación. Ocupando parte de los terrenos de la antigua Feria de Muestras y perfectamente integrado en su entorno, la construcción ha marcado un antes y un después para la música y ha abierto un nuevo eje cultural más allá del perímetro urbano.
Diseñado por el arquitecto José Manuel Pérez Latorre, el edificio ha sido merecedor de constantes elogios, como el de Zubin Metha, quien aseguró: "Los auditorios de Madrid y Valencia son muy buenos, pero el de Zaragoza es el paraíso". Se trata de un proyecto inspirado en el esquema de la Filarmónica de Berlín, diseñada en 1956 por Hans Scharoum, en la cual el escenario desaparece para colocar a la orquesta en posición central, de forma que las ondas acústicas se esparzan armónicamente en la sala.
Pérez Latorre definió la construcción como un amplio hall perimetral, en cuyo interior se ubica una gran roca de hormigón, independiente, aislada y contenedora de las tres salas de audición: la sinfónica o Mozart, la de cámara o Luis Galve y la de ensayos o Mariano Gracia, localizada esta última bajo el escenario de la sinfónica. Además, independiente al edificio, se encuentra la sala Multiusos, obra del arquitecto Basilio Tobías, que suele ser escenario de conciertos de pop-rock.
El exterior impresiona por sus dimensiones y la sencillez de sus elementos. La caliza blanca domina la fachada y columnas de piedra y ladrillo sostienen el gran porche protector, que confiere al edificio un aire de templo. El interior, ya desde la sala denominada Hipóstila, con 70 columnas de más de 15 metros de altura, se percibe la sensación de recogimiento plasmada en el mural de Jorge Gay. El efecto mágico queda reforzado por la luz tamizada que traspasa las ventanas de alabastro, la textura envolvente del ladrillo, la piedra de Calatorao del suelo y las columnas forradas de acero cortén. Unas pequeñas cúpulas de madera coronan, como suspendidas, las cuadrículas interiores por las que penetra la luz natural. El resultado es una construcción que ha sido acogida muy positivamente por los zaragozanos y que dota a la ciudad de un excelente templo para la música.
Otro referente de las artes fue durante muchos años el teatro Fleta, que nació de la mano de José de Yarza García como ejemplo representativo del racionalismo español. Cerrado el 17 de enero de 1999, fue adquirido por el Gobierno de Aragón con la voluntad de convertirlo en un nuevo foco cultural de la ciudad que albergara disciplinas como teatro, ópera y arte experimental.
El proyecto, realizado por Basilio Tobías, apuesta por un nuevo espacio que emplea mimbres del original, incrementando la antigua superficie en más de 8.500 metros cuadrados, ganados en vertical a lo largo de 19 niveles. El resultado es un nuevo Fleta que alcanza los 37 metros de altura, con una cubierta de titanio y una sala principal con 1.450 butacas. Además, se ha mejorado la acústica y la comodidad del teatro, que está llamado a convertirse, al igual que el Auditorio, en centro importantísimo de la vida cultural de Zaragoza.
La margen izquierda
Pero si el centro de la ciudad se enriquece con proyectos que renuevan el paisaje, no se quedan atrás otras zonas tradicionalmente desatendidas. La margen izquierda, que en los últimos años ha vivido una enorme expansión, alberga hoy uno de los edificios más llamativos y futuristas de Zaragoza. En la confluencia de las avenidas de Ranillas y Valle de Broto se levanta orgulloso el que fuera pabellón de Aragón en la Expo´92 de Sevilla, en la actualidad sede de la Confederación Regional de Empresarios de Aragón (CREA).
Tras seis años de abandono en la capital andaluza, el edificio iba a ser derribado por la sociedad La Cartuja para ceder terreno al parque temático Isla Mágica. Por suerte, la CREA realizó el esfuerzo de recuperarlo, desarmando la estructura externa y numerando todos los elementos. Sólo en alabastro se desmontaron más de 27.000 piezas, que se almacenaron junto al resto de la obra en una nave de Mercazaragoza.
Actualmente, el edificio proyectado por Pérez Latorre orienta su fachada principal hacia la Basílica del Pilar, aportando al entorno un carácter moderno y atractivo. Con sus más de 28 metros de altura, la sede de la CREA se ha convertido en una seña de identidad aragonesa, remarcada por el efecto traslúcido del alabastro, que añade espectacularidad, cuando cae la noche, a este lado del río.
Un sueño cercano
Todas las obras arquitectónicas apuntadas son protagonistas de un proceso de cambio que Zaragoza ha iniciado en su voluntad de renovarse. No obstante, la capital aragonesa tiene ante sí una oportunidad inmejorable para dar un salto cualitativo y convertirse en una de las ciudades más modernas de Europa. La organización de la Expo 2008 conllevaría la profunda regeneración del meandro de Ranillas y su entorno, convirtiendo la zona en un nuevo centro de la ciudad.
El proyecto, que supondría una inversión de unos 800 millones de euros, contempla la creación de un enorme recinto en el que tendrían cabida varios pabellones, un palacio de congresos, un centro termal, un parque botánico, un embarcadero a orillas del Ebro, un auditorio al aire libre, un pabellón deportivo, una playa artificial y un sinfín más de obras que modificarían de manera absoluta el aspecto de la ciudad que conocemos hoy en día. Además, un nuevo puente sobre el río comunicaría el barrio de la Almozara con el Actur, y varias pasarelas salvarían la distancia entre las dos márgenes a diferentes alturas.
Uno de los emblemas de la Expo sería lo que se ha llamado "Torre del agua", verdadero monumento líquido que, además, cumpliría la función de bombear agua para todo el recinto, incluida la playa y el canal de aguas bravas. Por otra parte, el pabellón puente acercaría la muestra a la Almozara, sirviendo de puerta de entrada al recinto.
En definitiva, un ambicioso proyecto que supondría, por primera vez en la historia, que el Ebro dejara de ser considerado una simple barrera natural y se integrara plenamente en la estructura de Zaragoza, aprovechado como lugar de ocio. Además, la nueva ciudad albergaría los proyectos arquitectónicos más actuales, convirtiéndose en una verdadera urbe del futuro.
Las probabilidades de que Zaragoza acoja la exposición son, sobre el papel, bastante altas, debido fundamentalmente a los problemas a los que se enfrentan sus competidoras. La candidatura de la ciudad italiana de Trieste, que pretende rehabilitar su antiguo puerto, conlleva unos gastos difícilmente asumibles. Por su parte, Tesalónica tiene pocas posibilidades debido a las dudas que ofrece su proyecto, que no está correctamente perfilado.
En esta situación, Zaragoza tiene en su mano redefinirse por completo, dando paso a una serie de proyectos que están llamados a dotar a la ciudad de una imagen totalmente renovada. Algunas obras, como la estación intermodal o el puente del Tercer Cinturón, han puesto ya de manifiesto cual es el rostro de la urbe del futuro. La Expo 2008 puede ser el paso definitivo para que esa Zaragoza del siglo XXI que ha comenzado a surgir sea una auténtica realidad.

Nota de prensa de ARAGÓNRUTAS 30

ARAGÓNRUTAS, CON EL CINE

La revista incluye en su número 30 un extenso reportaje acerca del séptimo arte en nuestra tierra.

El número 30 de ARAGÓNRUTAS ha querido rendir homenaje al cine realizado en nuestra Comunidad y, para ello, incluye un reportaje de más de 25 páginas realizado por Javier Hernández, autor de varias publicaciones sobre cineastas aragoneses y profesor de la Escuela de Arte y Arquitectura de la Universidad Europea de Madrid en el área de Nuevos Medios, así como de la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid (ECAM) en la especialidad de Dirección Artística. También han participado con sus opiniones, entre otros, los realizadores Félix Zapatero, Antonio Artero, Albert Boadella o Vicente Aranda, el actor Gabriel Latorre, o el director de cine documental Eugenio Monesma.
La revista, fiel a su voluntad de mostrar los encantos de Aragón, incluye además artículos dedicados a: el Románico en las Cinco Villas, firmado por nuestro periodista Marcos Español; la Ruta del Cid, por Francisco Martínez, historiador especializado en la Edad Media y experto conocedor del paso del Campeador por los valles del Jalón y el Jiloca; Graus y su entorno, por nuestra colaboradora habitual Livia Álvarez; los restaurantes exóticos de Zaragoza, por el experto en gastronomía Miguel Ángel Mosteo; volar en ultraligero, por el biólogo y piloto aficionado José Ignacio Urmeneta; o los carriles bici de la capital, por el escritor y periodista Miguel Mena. A la calidad de contenidos se une la acostumbrada preocupación de la revista por incluir unas excelentes fotografías, toda una seña de identidad de la publicación.

Crítica al disco de R de Rumba, en ARAGÓNRUTAS 30

Que el Hip Hop nacional tiene en Zaragoza una de sus capitales viene de lejos. Ya en los últimos 80 y primeros 90 se dieron en la ciudad una serie de proyectos que, si bien su repercusión fue anecdótica en la mayoría de los casos, sirvieron de base para que grupos como los Violadores del Verso sean hoy punta de lanza de un género que se ha consolidado en el mercado musical de nuestro país.
Una de las últimas propuestas viene de la mano de R de Rumba, productor y DJ precisamente de Violadores que, esta vez al margen del grupo, se ha rodeado de algunos de los nombres más conocidos del panorama nacional: los sevillanos Zatu (SFDK), Mala Rodríguez y Tote King, el zaragozano Kase-O, Frank-T y unos cuantos más. Si bien el resultado no deja de ser lo que se espera (rimas de alto voltaje y “parental advisory” con bases de Hip Hop puro), constituye un peldaño más en la escalada de calidad del estilo en nuestro país. Ritmos de la calle, importados en su tiempo de EEUU, que han calado en ciudades como Zaragoza, seguramente por utilizar un lenguaje llano y sin tapujos que retrata, tal vez con excesiva crudeza, la realidad urbana de cada día.

Luchar por la supervivencia

La cabra autóctona del Moncayo, desde hace años en grave peligro de extinción, se está recuperando poco a poco gracias a los esfuerzos de la empresa galardonada este año con el Premio de Medio Ambiente que concede el Gobierno de Aragón: Adocrín Ganadera.
El paisaje del Moncayo es, desde hace algún tiempo, más genuíno. La razón es que una especie animal propia de sus tierras, la cabra moncaína, se está recuperando poco a poco del riesgo de extinción que la amenaza. No puede afirmarse todavía que la raza esté fuera de peligro ya que para ello tendrían que contarse unos 5.000 ejemplares y, hoy en día, la cifra ronda apenas los 1.000, encontrándose todos ellos en el entorno de la montaña que les da nombre.
La cabra moncaína (Capra hircus moncaina) está emparentada con las cabras salvajes de las montañas de Asia (Capra aegagrus), y consta en el Catálogo Oficial de Razas de Ganado Españolas (RD 1682/1997 de 7 de noviembre) como raza caprina en peligro de extinción. Uno de los motivos que ha propiciado la delicada situación que corre el animal ha sido la competencia con otras cabras que producen mayor cantidad de leche y, por lo tanto, resultan más rentables para el ganadero. También por eso, la orientación productiva de la moncaína es hoy en día mayoritariamente cárnica, si bien existe también alguna explotación mixta (carne-leche).
Al tratarse de un animal vinculado a la ganadería, la salvación de la especie pasa inexcusablemente por que los que la tienen en sus manos obren de manera responsable y acertada, y con esa finalidad nació en 1999 ARAMO, la Asociación de Ganaderos de la Raza Caprina Moncaína. Pero el impulso definitivo para que la tendencia negativa en el número de ejemplares existentes se invirtiera llegó hace aproximadamente dos años y medio, cuando Adocrín Ganadera asumió el difícil reto de recuperar la variedad pecuaria propia del Moncayo.
Jesús María Sahún, máximo responsable de la entidad empresarial (dedicada al negocio inmobiliario), decidió emprender el camino tras la lectura del libro Razas aragonesas en peligro de extinción, de Isidro Sierra, y su primera intención pasaba por adquirir las cabras que iban a ser sacrificadas. Poco después, algunos ganaderos mostraron su disposición a vender los rebaños completos, lo que propició que Adocrín se hiciera con un número importante de estos animales.
La adecuada actuación de la empresa les ha permitido pasar de 377 a unos 800 ejemplares en tan sólo dos años y medio, número que constituye el 80% del total de cabras que existen en la actualidad. Su esfuerzo por la supervivencia de la raza ha sido reconocido recientemente por el Gobierno de Aragón, que ha galardonado a Adocrín Ganadera con el Premio Medio Ambiente 2004.
Por otra parte, la recuperación de la moncaína conlleva hacer lo propio con el papel que desempeña la ganadería extensiva. Las particularidades de la sociedad actual propician que la figura del pastor esté también en vías de desaparecer, dadas las difíciles condiciones en las que se desarrolla su trabajo. En ese sentido, Adocrín Ganadera tiene contratados a dos pastores, inscritos en el régimen general de la Seguridad Social y a quienes se les han facilitado vehículos todoterreno, teléfonos móviles y walkie-talkies. Algo impensable en otra época, Jesús y Flaviano disfrutan de días de fiesta, vacaciones, salud laboral, controles sanitarios y cursos al efecto.
Otro aspecto que se debe tener en cuenta es el beneficio medioambiental que generan los pequeños rumiantes (ovejas y cabras). El ecosistema del Moncayo ha contado durante siglos con las funciones de conservación, mantenimiento y mejora naturales que aporta el pastoreo. A partir del éxodo de los años 50 hacia los centros industriales, la zona fue perdiendo progresivamente una parte considerable de su población y, por consiguiente, de su actividad ganadera. Esto dio lugar a que la vegetación, otrora regulada gracias a la alimentación de los animales, se desarrollase sin control, cegando pasos y cauces fluviales.
Un proyecto
El trabajo desarrollado por Adocrín Ganadera tiene como fin principal sacar a la cabra moncaína del peligro de extición. Para ello, el proyecto contempla la comercialización de productos gastronómicos derivados del animal (carne, leche y quesos), lo que permitiría asegurar el futuro de la raza. Además, la iniciativa podría ser el punto de partida para la venta de una serie de alimentos de calidad procedentes del Moncayo y la recuperación de recetas tradicionales de la zona.
Así, la riqueza micológica moncaína, fruto de los microclimas que generan las diferencias de altitud, humedad y temperatura, se podría aprovechar junto a alimentos como sus famosas patatas, unas de las mejores de nuestro país, o las truchas del Huecha. Todo ello podría suponer una importante fuente de ingresos para los habitantes del entorno de Añón, así como una estupenda manera de dar a conocer la riqueza gastronómica que encierra la mítica cumbre del Sistema Ibérico.
Pero el reto más importante, la recuperación definitiva de la cabra moncaína, está aún en vías de superarse. La ilusión que destila el proyecto en todas sus facetas hace prever unos buenos resultados, que ya han empezado a salir a la luz. Adocrín ganadera ha conseguido doblar el número de sus ejemplares en tiempo récord y espera poder contar con unas 2.000 cabras en tres o cuatro años, todavía lejos, no obstante, de las 5.000 que son necesarias para que la raza esté definitivamente fuera del peligro de extinción.
El proceso es lento y costoso, pero la satisfacción de conseguir que uno de los animales característicos de la fauna aragonesa sobreviva es premio suficiente para que todo aquel que tenga oportunidad aporte su grano de arena. La cabra moncaína necesita hoy la ayuda de aquél que se ha alimentado de ella durante siglos. Algunos han oído su llamada y se han puesto manos a la obra.

Las sobras de un reportaje que saldrá en octubre

Santiago Cabello me reservó un buen reportaje para el número 30 de ARAGÓNRUTAS, que estará en la calle a principios de octubre. No puedo desvelar nada, pero he disfrutado mucho al escribirlo, tanto que en ocasiones se apasionaron demasiado las palabras.
Transcribo a continuación un pequeño párrafo que se quedó fuera del texto definitivo por esa razón:

Hay un aura, una especie de rumor contínuo que surge cada vez que se habla de la Edad Media. Se parece al olor de la hoja de menta o a notar en el rostro el aire que corre limpio en la montaña; como si se regresara a un lugar que no vemos, a una nebulosa en la que nos sentimos, paradójicamente, en nuestra casa.

¿De qué tratará el artículo?