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Guardiola

Ya de crío, de manera instintiva, me sentía identificado con la manera de jugar de Guardiola. La mayoría suele preferir a futbolistas que tienen más gol, más agresivos, más resolutivos (Stoichkov, Romario). A mí de Pep me gustaba (con los años he aprendido a ponerle palabras) su dominio del tiempo (aceleraba o retardardaba las jugadas según convenía), su control de los espacios (veía lo que tenía delante y detrás sin mirarlo, sabía dónde tenía que ir el balón una décima de segundo antes que los demás). Era el administrador, una pieza sin la que el Barça de Cruyff habría sido muy distinto. Lo mismo se puede decir ahora de Xavi, mi favorito por delante de Iniesta o incluso Messi.

Lo bueno del fútbol es que se parece a la vida. Habla de ganar y perder, de proponerse retos, de esfuerzo y talento, de compañerismo y rivalidad. Como creación humana, rigen las mismas leyes que para lo demás.

Me gusta cómo Guardiola afronta el fútbol, ahora como entrenador. Su humildad a prueba de balas, que ha sabido transmitir a sus pupilos. Su pausa. Su control de los instintos cuando sabe que es mejor callar, no hacer, esperar.

A veces es mejor esperar, eso muchos no consiguen entenderlo en toda su vida.

Lo ha ganado todo, una alegría que como barcelonista sólo puedo comparar a la que me llevé cuando el equipo logró su primera copa de Europa. Ahora Guardiola es un héroe.

Afortunadamente, es un héroe listo. Sabe que ha salido bien como podría haber salido mal. Se le nota. Lo ha vivido otras veces y no pierde de vista lo que tiene detrás.

Afortunadamente, se ha convertido en héroe. Escasean los de su tipo. Nada agresivo, pausado, observador, cabal, dulce, realista. La masa suele preferir modelos más animales o que fuerzan los gestos hasta el histrionismo.

Ojalá le dure el éxito, así se seguirán fijando en él. El mundo sería mejor con más gente como Guardiola.

Héroes

Nosotros somos los héroes,

los que seguimos conectados a la esencia.

 

Hartos de la pantomima del mundo,

de enredos, de palabras huecas.

Nosotros somos los héroes.

 

Andaremos solos,

nos encerraremos, nos tratarán de niños,

nos tratarán de locos aquellos

que olvidaron lo que son.

 

Nosotros somos los héroes,

que sabemos que lo importante

no puede decirse;

 

acaso acariciarlo, quedarse en su margen

para sentir su latido.

 

Con la cabeza alta,

nosotros somos los héroes

que transfieren luz a los hombres

que aún pueden ver.

El-Eyla y el río

Presenté este relato al concurso ’Acercando orillas’, que convoca la Casa de las Culturas de Zaragoza. Saldrá publicado, junto a los de otros participantes, en un libro el próximo mes de octubre.

Los textos tenían que versar sobre experiencias migratorias. Yo recogí las de tres chicas, una saharaui, una rumana y una china, que he tenido la fortuna de encontrarme en el camino.

1. El-Eyla

El-Eyla tiene los ojos oscuros y enormes, como si le estuvieran creciendo más rápido que el resto de su cuerpo. Miran a todas partes, nerviosos y sagaces, y cuando intenta disimular siempre la delatan.

Tiene 9 años y es saharaui. Me dijo que en su tierra, tan seca, a las cabras las alimentan con papel de periódico mojado con agua. Me hizo gracia porque soy periodista, tan curioso como ella.

Era el segundo año que El-Eyla venía a España, pasaba los meses de verano con mi primo y su mujer, que viven en Calafell, gracias a un programa para niños saharauis, que disfrutan de unas vacaciones con familias de nuestro país. Me hicieron una visita para que ella conociera Zaragoza y entonces descubrí que nunca había visto un río.

Quedamos en la plaza del Pilar y bordeamos la basílica. Estaba encantada, no tanto por ver el Ebro, sino porque iba a ser modelo por un día e iba a salir en la prensa. "¡Qué grande!", fue lo primero que dijo al verlo. El fotógrafo la retrató en el puente de Piedra, robándole esa sonrisa inmensa, sin límites, que tiene la niñez.

El-Eyla definió el río como un "camino de agua". Conocía el mar y entendió bien que muriera en él, pero le costó más hacerse con la idea de que el agua venía de la nieve de las montañas y fluía de manera permanente.

En su aldea, el agua está en una gran cisterna metálica, oculta a la vista, donde se calienta progresivamente dadas las altas temperaturas. Un camión la rellena cada semana, y no es extraño que se quede vacía antes de que llegue.

El-Eyla y yo simpatizamos. Creo que les caigo bien a los niños porque les intento tratar como a adultos. Fuimos a comer toda la familia a un restaurante y me dí cuenta de que ella no dejaba de observarme disimuladamente. Entre los platos que degustamos había jamón y, al verlo, hizo un falso gesto de asco y, después, de falsa indiferencia.

De camino a casa, los dos ligeramente retrasados del resto, hablando de nuestras cosas, me preguntó de repente si el jamón estaba bueno. "La verdad es que sí", dije yo, e inmediatamente después me puse a pensar si mi respuesta había sido la correcta.

Al día siguiente, El-Eyla iluminaba una página del periódico con sus enormes ojos y su sonrisa. En el titular se leía: "Ayer vio un río por primera vez". Ella aparecía con el brazo apoyado en el muro del puente, con el Pilar y el Ebro a sus espaldas. Llevaba una cinta verde en el tobillo en la que se leía ’Sáhara libre’, y su melena negra y brillante la azotaba el cierzo.

Ya no la he vuelto a ver. A su edad no podrá venir otro verano más a casa de mi primo y dentro de poco tendrá que ponerse el chador según la tradición musulmana. Espero que, esté donde esté, siempre conserve el recuerdo del río tan nítido como conservo yo el de su sonrisa.

2. Andreea

Andreea también tiene los ojos enormes, pero pardos. Es transilvana, como los vampiros; "así que cuidado", me dijo cuando nos conocimos, golpeándose ligeramente con la uña un colmillo. Lo cierto es que me da más miedo su novio, también rumano, con cara de matón, grande y calvo.

Ella me alegra el café cada mañana antes de entrar al trabajo. Creo que le caigo bien porque no disimulo que me gusta, a la vez que demuestro que sé hasta dónde puedo llegar. Habla mucho de su tierra, montañosa y verde, pero se siente bien en Zaragoza. Para mí que Andreea se sentiría bien en cualquier sitio porque se deja querer.

Una vez yo estaba sentado en el bar junto a otro redactor y el director del periódico. No había nadie más y cuando nos trajo los cafés ella se sentó con toda naturalidad con nosotros. Mientras hablábamos de asuntos de trabajo, Andreea, en silencio, puso azúcar en mi taza, removió, volcó el café en el vaso con hielo y lo colocó sigilosamente delante de mí. Me pareció un gesto adorable de cariño.

Ella también ha iluminado una página del diario. Yo necesitaba ponerle cara a una noticia, no recuerdo sobre qué, y me acerqué al bar porque me encajaba. En la foto aparecía detrás de la barra, junto a la cafetera, mirando al objetivo con sus preciosos ojos pardos.

Este verano se ha ido con su pareja a Rumanía y se han casado. Me invitó a la boda, después de hacerme soportar durante meses conversaciones sobre el vestido, los zapatos y el maquillaje. Me hubiera gustado conocer los abruptos paisajes de los Cárpatos, tan llenos de leyenda.

En la ceremonia, un familiar les ha propuesto meterse en el negocio inmobiliario allá, que parece que funciona, y tal como están las cosas en España piensan aceptar y el próximo año marcharse a su país.

Me alegro por ella, pero me va a fastidiar el café.

3. Jiahui

En realidad su nombre se pronuncia más parecido a ’tjahué’, tuve que ensayar mucho para decirlo bien. Sus ojos son tan rasgados que cuando se ríe no se le ven las pupilas.

La conocí en el pabellón de China en la Expo, cuando preparaba un reportaje. Creo que le gustó de mí que supiera mantener el flirteo mientras estábamos trabajando. Me dio su correo electrónico para que le mandara la foto. Al hacerlo, la invité a tomar algo y aceptó.

La llevé a una terraza a orillas del Ebro. Nos pedimos un mojito y empezamos a hablar de lo que parece obligado: mi Expo, sus Olimpiadas, la presa de las Tres Gargantas. Yo alabé el cine chino y ella la música latinoamericana.

Nació a orillas del Yangtsé, por eso cuando le dije que el Ebro era uno de los mayores ríos de España se echó a reir. Su risa me enamoró. Yo me vengué y me reí de que no supiera nadar y de que los mosquitos estuvieran martirizando su finísima piel. A sus 24 años, me confesó su duda entre quedarse a vivir en España o bien regresar a su trabajo en Pekín.

Quedamos muchas veces y me convertí en su improvisado guía turístico. Descubrí que era más lista que yo y, a la vez, mucho más inocente que una española de su edad. Me atrapaban sus gestos delicados, su precisa manera de contemporizar nuestro acercamiento, su exactitud natural a la hora de progresar en mi deseo.

En una de las visitas que realizaron los príncipes de Asturias a la Expo, se acercaron al pabellón de China y ella tuvo que hacer de intérprete. Me contó para el periódico que Letizia era muy simpática, que le dio la enhorabuena por las Olimpiadas de Pekín y que le preguntó si se iba a quedar en España.

"¿Y qué le contestaste?", dije yo, saltando de lo profesional a lo personal. "Es un secreto entre la princesa y yo", respondió, y luego lanzó una de esas risas a las que yo ya me había vuelto adicto.

Los momentos más mágicos que compartí con ella coincidieron con una excursión que hicimos juntos al Pirineo. Yo llevaba idea de subir a Ordesa, pero llovía y tuve que trazar un nuevo plan. Dejamos los bocadillos en las mochilas y nos fuimos a comer a un buen restaurante en Aínsa.

Bajo el cobijo de las arcadas de su hermosa plaza Mayor, la comida fue larga y deliciosa, acompañada de una botella de buen vino del Somontano. La conversación con ella siempre era profunda, inteligente, de una intensa sinceridad, y ese día lo fue más que nunca. Estaba realmente preciosa.

Luego paseamos sin prisa por las calles empedradas del pueblo medieval, parando en cada esquina, cotilleando en las tiendas de recuerdos. Los vecinos no estaban acostumbrados a ver a muchos orientales por allí, aún menos a una tan guapa acompañada de un occidental y hablando en castellano.

Nos observaban y tengo que reconocer que eso me divertía y me hacía sentir orgulloso.

Recuerdo la vuelta en el coche, ella a mi lado, dormida, angelical. Siempre me decía que yo tenía pinta de cantar bien y le había prometido que un día le cantaría algo. Lo hice entonces, apenas susurrando para no despertarla, aturdido por la dulcísima felicidad del momento.

Debí de querer a Jiahui porque, sin ella pedírmelo, pensé muchas veces en buscarle un buen trabajo en Zaragoza.

4. Epílogo

Me gusta ir contracorriente y quiero que esta historia tenga un final feliz.

Jiahui le contestó a la princesa Letizia que había decidido vivir en España. Yo le encontré un trabajo de intérprete y ahora está junto a mí y mi casa es nuestra casa.

Alguna noche invitamos a cenar a Andreea y su marido, que finalmente se han quedado porque la crisis no ha sido para tanto y se han dado cuenta de que llevan demasiado tiempo fuera de Rumanía como para no sentirse extraños allí.

Él, pese a su pinta, es un trozo de pan. Creo que le caigo bien precisamente porque comprendo como es, más allá de su imagen.

Solemos hablar del bar, del periódico y de mi próximo viaje a China, que me ilusiona después de las maravillas que me ha contado Jiahui.

Muchas veces pienso que si me habla con tanta emoción de su tierra, es que me debe querer mucho al quedarse conmigo.

Después del postre, echo azúcar en el café de Andreea, remuevo, y se lo acerco sigilosamente para que me devuelva una sonrisa.

En el Ebro han puesto barcos, un viejo sueño de la ciudad que por fin se ha cumplido. Probé a subirme a uno de ellos una noche, junto a Jiahui. Dejamos atrás el bar de la orilla donde tuvimos nuestra primera cita, remontando el río.

Cruzamos el puente de Piedra y, allí donde sitúan el pozo de San Lázaro, que según la leyenda se traga todo lo que cae en él, me asomé a las aguas. Por la noche parecen petróleo denso y misterioso.

Las ondas reflejaban las luces plateadas de la ciudad y, por un momento, me parecieron la larga melena de El-Eyla, tan brillante, agitada por el viento. Una melena que se perdía hasta donde alcanzaba la vista y que remonté con mis ojos.

Cuando mi mirada se posó justo debajo de mí, buscando mi reflejo en el río, encontré sin embargo los ojos curiosos de El-Eyla, observándome de nuevo.

"¿En qué piensas?", me dijo Jiahui por detrás, despertándome de mi ensoñación. "En que me alegro de que estés aquí", contesté.

La plenitud y el agua

Una vez escuché a Michael Stipe hablar sobre su canción ’Night swimming’, tal vez mi favorita de R.E.M. Una de esas, tan pocas, que cuanto más pasa el tiempo más me gusta.

La letra recuerda una aventura de adolescencia en la que varios amigos se bañan desnudos, una noche de verano. Capta la alegría del momento, esa felicidad espontánea, instintiva, fuera de toda norma, vista ya desde la madurez y, por eso, con un tono irremediablemente nostálgico. Es la misma sensación que me produce ’More than this’, de Brian Ferry, otra que no me canso de escuchar y que cada vez me emociona más, porque, seguramente, entiendo mejor.

Todo el mundo guardamos algún momento así. Después de que algunas personas me hayan revelado el suyo, me he encontrado con que se repite con mucha frecuencia la presencia del agua, ya sea el mar, una piscina, un río.

De hecho, en mi caso ocurre. Era un día cualquiera, una mañana de verano. Yo estaba con un amigo al borde de la piscina. Tendríamos 13 o 14 años. Recuerdo exactamente el momento. Estaba mojado, con ese bienestar que produce secarse al sol. Boca abajo, ligeramente incorporado, hablando de cualquier cosa. Miraba al agua porque de ella salía la chica que me gustaba, un año mayor que yo. Estaba realmente preciosa. Su imagen de entonces nunca se me ha olvidado. Me miró y entendí que yo también le atraía.

Es una escena natural, inofensiva, que ha ocurrido desde que el mundo es mundo y ocurrirá mientras lo sea. No tiene nada de peculiar, pero dentro de mí se había instalado esa felicidad que sólo se puede sentir en un momento preciso de la vida. Cuando todo es posible, cuando nada enturbia la mente.

Después vinieron, siguen viniendo, mil momentos emocionantes, infinitamente más originales, grandes triunfos -también grandes derrotas- cuyo relato seguramente divierte más.

Pero ese instante en la piscina es especial. Tan sencillo, tan transparente, tan pleno.

Don't give up

Me he permitido traducir este tema de Peter Gabriel. Lo interpreta él, pero el estribillo (entre paréntesis) está cantado por Kate Bush.

Es el emocionante conflicto, magistralmente expresado, entre la conciencia y la esperanza.

  

En esta tierra orgullosa crecimos fuertes,

todo el mundo nos quería.

Me enseñaron a pelear, a ganar,

nunca pensé que pudiera fracasar.

 

No queda nada que pelear, o eso parece.

Soy un hombre cuyos sueños le han abandonado.

He cambiado de cara, he cambiado de nombre,

pero nadie quiere al que pierde.

  

(No te rindas, porque tienes amigos.

No te rindas, todavía no te han vencido.

No te rindas, sé que lo puedes hacer bien).

  

A pesar de que lo he visto en todas partes,

nunca pensé que podía afectarme a mí.

Pensé que seríamos los últimos en irnos.

Es tan raro cómo cambian las cosas.

  

Conduje toda la noche hacia mi casa,

al lugar donde nací, a orillas del lago.

Vi la tierra conforme amanecía,

los árboles estaban quemados en el suelo

 

(No te rindas, todavía nos tienes a nosotros.

No te rindas, no necesitamos casi nada.

No te rindas, porque en algún sitio hay un lugar al que pertenecemos).

 

(Deja descansar tu mente, te preocupas demasiado.

Todo va a mejorar.

Cuando los tiempos se ponen difíciles puedes apoyarte en nosotros.

No te rindas, por favor no te rindas).

   

Tengo que salir de aquí,

ya no puedo más.

Voy a parar en aquel puente,

miraré hacia abajo.

Venga lo que venga,

pase lo que pase,

ese río seguirá fluyendo,

ese río seguirá fluyendo.

 

Me mudé a otro pueblo,

trabajé duro para establecerme.

Para cada trabajo, tantos hombres,

tantos hombres que nadie necesita.

  

(No te rindas, porque tienes amigos.

No te rindas, no eres el único.

No te rindas, no hay razón para avergonzarse.

No te rindas, todavía nos tienes a nosotros.

No te rindas ahora, estamos orgullosos de quien eres.

No te rindas, sabes que nunca ha sido fácil.

No te rindas, porque yo creo que hay un lugar al que pertenecemos).

 

 

La técnica del glutamato monosódico

Últimamente pienso mucho en el glutamato monosódico. Podéis llamarme friqui.

Es un aminoácido que se encuentra de forma natural en muchos alimentos (setas, tomates, leche materna). Su fórmula es C5H8NO4Na. De aspecto cristalino, como la sal, se disuelve fácilmente en agua. No es dulce, ni salado, ni agrio, ni amargo.

Parece neutro, pero no lo es. La ciencia lo descubrió a principios del siglo XX. Los japoneses lo identifican con el gusto esencial ’umami’, algo así como ’sabroso’. La industria alimentaria de hoy en día lo utiliza porque estimula el cerebro, mandándole un mensaje de placer.

Como todo en esta vida, su ingesta masiva provoca trastornos en la salud, pero en dosis ’normales’ no produce daños de consideración en el organismo. En farmacia, se ha empezado a utilizar para despertar el apetito a enfermos y ancianos.

Me gusta el glutamato. Tanto que de mayor quiero ser como él:

No alterar el orden natural de las cosas. Ser lo que soy. No modificar artificialmente mi sabor, pero sí potenciarlo. Dejar en los cerebros, sin que se den apenas cuenta, un poso intangible de felicidad.

Este es el planteamiento, a desarrollar, de la técnica del glutamato monosódico.

Una de vídeos

elphomega - mk ultra

tote king - ahora vivo de esto

el langui - a tientas

shotta - sangre

el señor rojo - papá firma despidos

 

Danny Boyle

No sabría decir si es mi director favorito, aunque está claro que es uno de ellos. Digamos que a Danny Boyle le tengo un cariño especial.

El que se le tiene a alguien que te ha dicho dos o tres cosas importantes en la vida antes de que estuvieras seguro de ellas y luego has comprobado que tenía razón. El cariño que se siente por alguien que se ha hecho las mismas preguntas que tú, de una manera muy parecida, y se las ha respondido igual.

Me alegré mucho de su éxito en los Oscars. No me sorprendió porque la mayor parte de sus películas anteriores son fantásticas (para mí, todas menos la desconcertante ’Millions’). Mi favorita, como la de la mayoría, es ’Trainspotting’.

No me sorprendió el éxito, pero sí me deja perplejo ver últimamente en lo más alto a algunos que parecía que siempre iban a navegar fuera del mainstream, de lo comercial. Que siempre iban a ser outsiders, independientes, underground, friquis.

Me deja perplejo, pero me gusta y me hace gracia, tal vez porque me dice que también tenemos alguna esperanza.

Acabo de ver ’Slumdog Millionaire’ y me ha gustado. El planteamiento de intercalar la vida miserable de un joven indio con el concurso ’Quieres ser millonario’ es buenísimo, y explica muy bien que no hay mejor escuela que la vida. Los valores que transmite son correctos y, si bien esta vez Boyle no me ha revelado nada (estoy más crecidito y he aprendido bastantes cosas), sí me reafirma en muchos de mis principios, a veces tan difíciles de seguir.

No había grabado antes el director británico una película tan compleja, tan minuciosa. Se le notan ya las tablas porque es una máquina con mucho engranaje que va como la seda.

Vuelve a alguna de sus viejas obsesiones, por ejemplo, que el odio sólo genera odio, idea central de ’28 días después’.

Tenía razón Nacho, la música engancha. Y eso provoca que me relama otra vez: la mayor parte de los temas son (su estilo es inconfundible) de M.I.A., cuyo primer disco , hace ya bastantes años, ensalcé y nadie me hizo caso.

Decía que ’Slumdog Millionaire’ no me había revelado nada, pero tal vez sí. Me ha dejado muy mosqueado la pregunta número dos del concurso, muy al principio de la película. A los que estamos siempre dándole vueltas a si la verdad merece la pena, golpe tras golpe, cuando alrededor sólo ves el triunfo de la mentira, el dinero y el poder, estas cosas nos obsesionan.

La maldita pregunta número dos, en la que el protagonista pide el comodín del público porque no sabe la respuesta.

Mis noches de arándanos

Mis noches de arándanos

Audacia de maestro demuestra Wong Kar-wai en su última película, ’My Blueberry Nights’.

El director logra comprimir en hora y media todas las formas posibles del amor (pareja, familia, amigos) y todos sus posibles desenlaces, consciente de que la mayoría son dramáticos. Y lo hace trenzando un argumento en el sentido clásico, donde todas las piezas son esenciales y contribuyen en la narración.

En mi trabajo cotidiano de contar historias, en el que soy todavía un aprendiz, he ido afianzándome en la idea de que son muy pocas las que realmente se pueden contar, vestidas con distintas pieles, cambiando una u otra situación.

El amor, desde que nace hasta que muere, es una de ellas. Vive horas bajas en el cine, que hoy se tira más a la épica o al thriller, porque sabe que la acción y el misterio venden más, y deja la mayoría de las veces el amor como un adorno.

No viene mal una película así de vez en cuando, sobre todo si está tan bien hecha y su visión es tan realista.

Creo que una de las razones por las que la vida es hoy tan caótica es que hemos desordenado las tres revelaciones esenciales del ser humano (amor-mundo-yo). El orden lógico debería ser, primero, descubrir quién eres, más tarde el mundo y, por último, el amor. En cambio, al menos los de mi generación, descubrimos primero el amor, después el mundo y, en última instancia y no todos, el yo.

Eso provoca que el amor, sin los demás parámetros que ayudarían a que éste fuera sano, se da casi siempre a ciegas, sin patrones para orientarnos en ese torrente de sentimientos que puede arrasarnos para siempre.

Entenderlo, comprender el cuidado (que no la negación) que hay que guardarle, el respeto que merece, nos hará mejores. Y el abanico de posibilidades lo deja Wong Kar-wai, con sus estridentes colores (tan atractivos), abierto en la película.

El peligro de quedarse atrapado en un amor que se acabó, el viaje compartido que significa enamorarse, el dolor que acarrea siempre querer a un padre que deberemos ver morir, la belleza de la amistad, cuando nada pide y a nada obliga, la dificultad de saber decir adiós con una sonrisa, en paz... Todo está ahí. Y está con la apuesta final por el amor, porque no queda otra, porque para eso estamos hechos.

El director juega con símbolos tradicionales, el tren, el viaje, la alternativa abierto-cerrado... y lo hace con gracia. Hay una escena adorable, de las que no se olvidan: el chico tiene una pelea y, tras ella, se queda sólo con la nariz rota. Todos esperamos que entre la chica y le cure. Ella aparece, efectivamente, pero también con la nariz ensangrentada. Una forma de decir, a mi entender, que hoy en día hombre y mujer están en condiciones parecidas ante la vida y, por tanto, el amor puede sarvarles de la misma manera.

En mi aprendizaje sobre cómo contar historias, me siento muy agradecido a aquellos que me sorprenden porque saben contarlas tan, tan bien. ’My Blueberry Nights’ es un tratado del amor en nuestro tiempo.

Puto Tote King

El canijo de Alcántara lo ha vuelto a hacer. Qué cabrón.

En una semana he escuchado ‘T.O.T.E.’ unas diez veces y, aunque el rapero sigue siendo el mismo que en ‘Un tipo cualquiera’, hay algunas diferencias.

El nuevo disco está más currado en las bases, es más stylish, parece hecho en Nueva York más que en Sevilla. Por el contrario, las letras han perdido ligeramente importancia, aunque no hay que agobiarse, siguen siendo tan buenas como siempre.

Es como si Tote estuviera más crecido, más subidito después de que el movimiento le reconozca como la punta de lanza y el rap ya no sea para la masa ciega un género maldito e inaccesible.

Beats mucho más chulos, que beben del electro y de grupos como The Roots (se le nota demasiado en el tema ‘Rapear’, pero se le disculpa porque no se olvida de nombrarlos).

Y al mic, Tote en estado puro. Igual de cabreado (y no es una pose rapera). Un monje de clausura que se retira a sus aposentos, asqueado del mundo, y escupe las verdades en un papel. Verdades como puños (siempre me ha gustado esa expresión, es precisa).

Tote está deprimido, condenado por su clarividencia a odiarlo todo, incluido a sí mismo, por eso es consuelo de los que estamos en su misma situación. Hay un rincón para el cariño, no obstante, a su tierra, a la gente de su barrio, al rap terapéutico.

Hay cosas que no me gustan. Se pasa de pesado en ‘Demasiado pesado’ y su experimento flamenco con el Chico Ocaña le sale rana.

Entrevisté a Tote una vez por teléfono. Estuvo serio. Al día siguiente le conocí en el Zaragoza Ciudad y también lo estuvo. No le gustan los periodistas y no supe hacerle ver que yo estaba en el mismo bando. Dice de nosotros que jugamos a enfrentarlo con otros raperos. Yo escribí en mi artículo “Tote vs. Kase-O”. Me entristece que siga sin ver que ambos salen ganando.

Tote elige bien a sus colaboradores. Su amigo Juaninacka (para mí el mejor MC sevillano después de él), su hermano menor Shotta (qué gusto da haber predicho que su disco ‘Sangre’ iba a ser la hostia y acertar), Lírico (Tote no ha podido resistirse tampoco al flow sofisticado del zaragozano).

En fin, que lo compréis, que no hay nada en el mercado hispano hoy por hoy que le llegue a la suela de los zapatos. La mejor mierda para tus oídos. Música que abre las puertas de la mente a la realidad. Creo que la sinceridad ennoblece y Tote es, por eso, noble, cruelmente auténtico por culpa de una cabecita que sabe distinguir de qué va esto.

¿Quién va a representar lo nuestro? El canijo de Alcántara, por supuesto.

Rasgos

El pesimismo es un rasgo de inteligencia,

el humor, de sabiduría.

El hombre es agua

El hombre es agua

descontrolada, salvaje.

 

La mujer, jarra que la contiene

y la deja fluir

si es necesario.

 

Tan triste es agua que escapa

como jarra vacía.

Piel

Podría decir que tu piel

huele al frescor del prado

después de la tormenta,

a vainilla y dátil,

a pomelo y mango.

 

Podría comparar su tacto

con el lino, la seda,

agua limpia de un arroyo

o arena finísima del Sáhara.

 

Podría equipararla

a las de Isis o Venus,

situarla más allá

del Universo y las ideas.

 

Podría, pero en realidad

es sólo piel semejante a otras.

 

Lo que sí puedo decirte

es que entre todas las aromas,

escogería tu aroma,

 

que entre todos los tactos,

te acariciaría a ti,

 

que entre todas las mujeres,

diosas o mortales,

me quedo contigo.

Irlanda

Irlanda

Foto de Javier Vela.

El corazón de Irlanda es negro. No lo digo yo, sino un anuncio de la cerveza Guinness. Negro como sus nubes negras, como los ladrillos negros de las fábricas que vomitan humo. Venas negras, arterias teñidas por el miedo, la tensión y la ira. Negras paredes de Kilmainham salpicadas de sangre negra por la avidez insaciable de los ingleses. Corazón negro de Irlanda que supura la tinta del melancólico Yeats, su más elevado poeta, y que grita en la garganta de las banshees, ánimas que anuncian muerte y se desgañitaron en la Gran Hambruna.

Pero Irlanda también es verde. Y dorada. Verde como sus prados que se precipitan a acantilados sobrecogedores. Verde como las cúpulas de Dublín y Belfast. Irlanda es dorada como el arpa que decora las pintas de cerveza Guinness, como su deliciosa tradición musical, como sus leyendas de duendes y portentosos guerreros, corazones nobles de oro que jamás conocieron el desaliento. Irlanda es verde como los bosques que la cubren, manto perenne e invencible. Bosques radiantes que dicen a los irlandeses, robustos como árboles, que aún queda, que siempre queda esperanza.

 

Jiahui

Jiahui, Jiahui... Intento pronunciar tu nombre en chino, tan difícil. Quiero lograr decirlo bien. En realidad es más parecido a 'tjiahué'. Me explicas que muy poca gente se llama así, que es una palabra bonita. Para mí, simplemente es extraña al principio.

Al principio, los temas de conversación parecen obligatorios: mi Expo, tus Olimpiadas, el catalán y el mandarín, el Tíbet, la presa de las Tres Gargantas.

Yo alabo el cine chino y tú la música latinoamericana. Dices que los japoneses son orgullosos y yo los comparo con los franceses.

Estamos sentados mirando al Ebro y tú, que naciste a orillas del Yangtsé, te ríes cuando te digo que es uno de los mayores ríos de España. Tu risa es lindísima. Yo me río de que no sepas nadar y de que te estén devorando los mosquitos.

Entonces me hablas, por fin, de ti. De tu pasión por el castellano, de tu rebeldía por elegirlo frente al inglés y conocer lugares tan lejanos de tu casa. Me hablas de tus padres, de tu vida, de tus sueños.

Jiahui, Jiahui, Jiahui. Cada vez pronuncio mejor tu nombre, ahora que sé más su significado, ahora que empiezo a entender qué significas tú.

En este mundo de fronteras, me encuentro contigo. Y lo que nos diferencia es muy poco frente a lo que nos une. Los dos amamos la misma lengua y hemos decidido dedicarnos a ella. Los dos luchamos por nuestros sueños. A los dos nos gusta el verde y el siete. Los dos nacimos en la ribera de un río. Los dos queremos aprender y sabemos sonreir.

Jiahui, Jiahui, Jiahui. Lo repito, a solas, como una oración, una vez tras otra, y cada vez me doy más cuenta de que tienes razón: Jiahui es un nombre precioso.

Es un nombre precioso porque detrás de él, de tus ojos rasgados, de la sorprendente delicadeza de tus gestos, de tu piel finísima que devoran los mosquitos, estás tú. Lo demás es sólo aderezo, la salsa exótica de un alma hermosa que se parece a la mía.

Jiahui, Jiahui, Jiahui. Lo repito con la ilusión de que cuanto más me acerque a pronunciarlo bien, más cerca estaré de ti.

 

Youssou N'Dour y la música

Si un marciano llegara a la Tierra y me preguntara qué es la música, le llevaría a un concierto de Youssou N’Dour.

Vi al músico el viernes pasado en el Anfiteatro de la Expo y el espectáculo fue, como acostumbra el senegalés, soberbio. En esta ocasión fue más emocionante todavía debido a que se trataba de un público atípico, en el que la gran mayoría no estaba allí sólo para verle, sino que visitaban la muestra y decidieron quedarse al concierto, en muchos casos de chiripa.

Era, por eso también, un público variado: ancianos y niños, grupos de marujas, señores gordos con corbata junto a su familia. También africanos que trabajan en los pabellones y muchos inmigrantes que hicieron un esfuerzo y pagaron la entrada al recinto para ver a un músico que en su continente es una especie de dios.

No hace falta hablar de lo pegadizos que son los ritmos africanos, que invitaron a bailar rápidamente a los miles de personas que estaban de pie frente al escenario. Pero pocas veces un concierto se calienta tanto. Las marujas intentaban seguir a los inmigrantes, que se movían con soltura, el señor gordo con corbata se agitaba como un chaval y el anciano seguía el ritmo con el pie y sonreía como un niño, sin perder ojo a lo que ocurría sobre el escenario.

En las canciones más lentas, de esas cuya emoción pone la piel de gallina, la gente se cogía las manos los unos a los otros, sin importar la edad, la raza o el estado civil. Cuando el ritmo volvía a estallar, se formaban parejas improvisadas de baile con una naturalidad pasmosa.

No tengo ninguna duda de que algunos y algunas se enamoraron esa noche.

Yo, que cada vez más me da por pensar que ya lo he visto todo en lo que a conciertos se refiere, miraba sorprendido, en ese trance al que te somete la buena música, en ese túnel que conecta dentro y fuera con un tráfico fluido en ambos sentidos. Miraba y escuchaba, y cuando mi razón intentó etiquetar lo que estaba sonando, pensé en el blues y el soul. Pero, al instante, tuve que añadir el reggae, la salsa, la bossa nova, el rap. También el flamenco, el fado, incluso la jota. Todos esos géneros estaban ahí a la vez y los percibía de manera cristalina, como las múltiples caras que Siddharta vio en el río, todas y una al mismo tiempo.

Medité sobre África, una vez más, y me pareció que la música de N’Dour producía una sensación semejante a la que produce el cuero cuando lo acaricias. O la lana, o la madera. De algún modo, llevamos en los genes grabado todo lo que aportaron esos materiales a nuestros antepasados, todo el bien que les hicieron generación tras generación durante miles de años, lo que les enseño a amarlos.

Hoy que la mayor parte de la música comercial se ha plastificado y no suena a nada (de ahí que las canciones mueran tan pronto), Youssou N’Dour estaba demostrando lo cerca que se halla de conocer la esencia de la música. Esa que no tiene etiquetas y todos entienden y saben disfrutar, incluso sorprendiéndose a sí mismos de lo que les está pasando.

Cada vez creo menos en el ser humano, pero si intento enumerar las cosas buenas que ha creado, me viene muy rápido a la mente la música. Tan tonta si lo piensas, tan intangible y a la vez tan poderosa, que se parece tanto a la magia y puede hacer llorar o reir, fomentar el amor o la lucha, tranquilizar o animar los corazones.

Algo bueno debe de tener el hombre si ha sido capaz de inventar esto tan hermoso.

Un honor, Sergio

Qué suerte compartir con Sergio Algora unos pocos momentos, en los últimos años. Escucharle, aprender, colarme detrás de la barra de su bar para mirar sus discos.

Nuestro primer contacto fue por el periódico, eso es lo bueno que tiene esta profesión, pero la primera vez que me senté a hablar con él fue una noche, en el Pastís. Yo venía de ver camellos en los Monegros, con una chica, inocente y descarado como siempre. Él se mostró como se mostraría a partir de entonces: más bien serio, con sonrisas esporádicas que encerraban conocimiento y comprensión, también melancolía, y un sentido del humor magnífico, inteligente y sensible.

Hoy, en mi móvil, he encontrado una foto que tiré en su bar, hace menos de un mes, y aparece él en segundo plano. Busco los recuerdos de esa noche, la última vez que le vi. Y son buenos, entre amigos, distendidos y riéndonos de todo. Él no tanto, pero sí animado. A cierta hora nos echó del local porque quería cerrar.

No he encontrado a muchas personas que merezca la pena conocer. Él era una de ellas.

Desierto de Libia

Tú me hablas del desierto,

del calor ardiente de su arena,

de un paisaje arrasado y hermoso

que las guerras llenaron de minas.

 

Yo, que nunca he estado,

te miro en silencio, sorprendido

porque apenas nos conocemos

y estás definiendo mi alma.

 

Te miro, detrás de una sonrisa

y busco en tus ojos esta sed

de sol radiante que nos ciegue.

A una jotera

No hay color más triste que el morado, salvo el negro, que es silencio. Pero yo había visto luz en tus ojos.

Asustada, tensa, con coraje. Yo vi en tus ojos que tus ojos buscaban una salida. Yo vi en tus ojos una salida.

Y la luz se desparramaba en ese escenario con más de 10 personas. Salpicaba tu vestido en los bajos, con colores alegres entreverados de mi tierra, también la tuya. La de todos. Amarillo y rojo como una llamada o una advertencia. Qué graciosas sois las chicas cuando se os entiende.

Yo, callado, abajo, en los cimientos. Donde las ideas toman forma. Mirándote, escuchándote. Sintiendo qué eres. Por qué eres.

Ahora va el juicio crítico: no tienes la voz de las diosas pero podrías llegar a tenerla (muchas podríais). Debes vencer esa tensión que se aferra a tu garganta. Ya sé que la has vencido un poco. Tienes que vencerla aún más. Como todo, es cuestión de tiempo, talento y empuje.

Subir a un escenario no es fácil. Nos escondemos detrás de vestidos o de otros nombres.

El morado es triste como el mundo, tan árido. Pero tú brotabas del vestido como una planta. Germinabas buscando algo y yo lo sabía. No muchos más que yo en ese público que no eran 10, como te dije.

Tal vez nadie más que yo.

Cuando los Sex Pistols tocaron en Manchester por primera vez había 40 personas, de los que un puñado sabían escuchar. Éxito rotundo.

Saber escuchar, más que un don, es un tormento.

Lo bueno de las plantas es que su vida sirve para dar vida. Lo demás son luces de neón color morado en medio del desierto.

Morado atormentado por preguntas. Ojos que buscan respuestas en el desierto. Luz que sólo ilumina a quien la encuentra y sabe la respuesta de los acertijos.

Rap

Samuráis de barrio

que defienden su parte,

que es casi nada.

Aprenden palabras

y las libran a golpes

sin saber que es arte.

Les alienta el ritmo

en manos del disc-jockey

que conoce las músicas

y en cada scratch borra

las que están gastadas.